Dibujo de Loui Jover

Hacia finales del pasado curso me vino mi hermana con que quería que le explicase lo de la metamorfosis, pues lo acababan de dar en clase y no se había enterado demasiado bien. ¡Malditas las ganas que tenía yo de explicarle nada!, y sobre todo porque me acordaba de bien poco, por no decir de nada. Sí, recordaba que eso iba de un gusano que come hojas de morera y que luego, tras pasar un tiempo encerrado en un capullo de seda, aparece convertido en mariposa… ¡je, je, je!… como alguno que yo conozco…

Dibujo de Loui Jover

Por supuesto que me negué, en un principio, claro, porque rápidamente la niña fue con el cuento a mi madre, como siempre que no se sale con la suya, y ahí ya no me valen excusas… Total, que allí estuve por lo menos media hora intentando que la mocosa supiera de qué iba aquello, pero no había forma, ¡y mira que grité!, pero nada…

El caso es que dos días después, cuando ya ni me acordaba de ello, me viene la peque y me dice que ahora sí que lo entendía. “¿Sí?… A ver, a ver…” Y la enana me lanza un rollo de que eso consistía en un proceso, como si ella supiera lo que significa esa palabra, yo, en esos momentos, no tenía ni idea…, mediante la cual un ser se convierte en otra cosa diferente… El caso era que algo así había visto yo en una película de ciencia ficción…  Y traía en una caja de zapatos lo menos diez gusanos pequeñitos y asquerosos que se iban zampando unas hojas con toda tranquilidad. Y se empeñaba en hacerme creer que aquellos bichos, que si los veo fuera de la caja los convierto en papilla de un pisotón, tenían la capacidad de sacar de dentro de ellos unos hilos de seda con los que fabricaban un capullo dentro del cual se amodorraban y, tras unos días, se habían convertido en unas bonitas mariposas… Sí, sí, eso ya lo sabía yo, pero cuando vi aquellos despreciables bichejos, pensé que eso era imposible, y más cuando con el paso de los días se ponían gordos como ceporros y más asquerosos si cabe… ¿Cómo podía tener aquello tan feo algo tan suave como la seda dentro de ellos?… Para mí que la profe de Conocimiento del Medio le había tomado el pelo a la tonta de mi hermanita y le había endiñado aquellas sabandijas que, seguramente, le aparecieron dentro de algún alimento podrido… Pero ella protestaba cuando las llamaba así, pues decía que su nombre era larvas… Bueno, eso me sonaba, la verdad…

Dibujo de Loui Jover

La cosa se podía haber quedado ahí y no hubiera pasado nada, pero un buen día mi linda hermanita se me acerca toda pensativa y me suelta: “¿Las personas también sufrimos una metamorfosis?” No la mandé a paseo porque estaba mi padre cerca y me hubiera ganado un cachete, así que le dije todo serio que no, que a las personas no nos salen alas y si somos feos de pequeños, lo seremos más de mayores, pero ella no se quedó muy convencida.

El caso es que llegaron las vacaciones y como, por un milagro de esos que ocurren de vez en cuando no se sabe por qué, yo había aprobado todo, eso sí, con nota justa, justa a mis merecimientos, como decía mi padre, que luego siempre añadía que mi inteligencia era la justa para llegar al medio día, así pues, me dispuse a pasar un verano de órdago junto con los colegas. Ya lo teníamos todo calculado: piscina, fútbol, bicis, discomóviles y alguna que otra borrachera bien llevada… ¡La cosa prometía!

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Pero, mira por donde, será verdad lo que siempre dice mi abuela de que el hombre propone y Dios dispone, a mis amigos les dio este año por interesarse por las pavas, como si no las viéramos todos los días en clase. Y allí los tenías, como tontos, riéndose de cada bobada que decían, ¡y las soltaban con cuerda, las muy ñoñas!, y yendo de sombras aborregados tras de ellas. ¡Vaya mierda!, pensé yo, ¡menudo veranito!… Así que, como dice en este caso mi abuelo, si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él, allá que fui yo arrimándome a mi vecinita Carmen, porque la conocía de toda la vida, no porque me gustase ni nada de eso, no vayáis a pensar… Pero el caso es que la condenada estaba guapa de verdad y yo no me había fijado hasta entonces, claro, como en invierno siempre van tan tapadas… Y era simpática y divertida y, sin darme cuenta, me fui acostumbrando a ella, a hablar con ella, con la que siempre tenía cosas que decir que no fueran de deportes ni de nada de eso, y un día comencé a encontrarme raro… De verdad, os lo juro, raro, raro, raro… Me ponía triste sin saber por qué y mi cabeza parecía un nido de grillos, pues mientras que pensaba que las horas no pasaban nunca para poder volverla a ver, cuando estaba con ella se me ponía algo aquí dentro que me hacía ser cada día más idiota… Llegué a pensar que igual estaba enfermo, pero cuando se lo conté a mi madre, ella se echó a reír y me dio un beso diciendo que su niño se estaba haciendo mayor… ¡Quien las entienda…!

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Yo estaba sufriendo como un cochino en el matadero y el caso es que no sabía por qué… Pero las desgracias nunca vienen solas, eso también lo dice mucho mi abuela, y este veranito no podía acabar sin una tragedia de esas que de vez en cuando ocurren en todas las familias, y una tarde que mi hermana iba de paseo con su bici, llegó un coche a toda velocidad y la atropelló. Entonces ocurrió otra de esas cosas extrañas que ocurren de vez en cuando y me di cuenta de que yo quería mucho a mi hermana, a pesar de que era una toca pelotas, a pesar de que siempre me estaba incordiando y se chivaba a la mínima, a pesar de todo, yo quería mucho a mi hermana y me llevé un susto muy grande. Recuerdo que aquella noche, mis padres estaban en el hospital con ella y yo había cenado con mis abuelos, la casa se me caía encima y les dije que iba a dar una vuelta. La vuelta fue corta, pues lo primero que hice fue llamar a Carmen y nos largamos a la glorieta donde nos sentamos juntos sin hablar, porque ella, no sé cómo, sabía perfectamente todo lo que yo estaba pasando, y de golpe me eché a llorar como una niña tonta y Carmen me abrazó y yo lloraba sobre su pecho y ella me acunaba como a un bebé y, os lo juro, no sentí nada de vergüenza. Incluso fueron llegando mis amigos y las otras chicas y todos se fueron sentando en silencio y nadie se burló ni dijeron ninguna burrada, todo lo contrario. Eso me hizo pensar y, cuando volvíamos a casa, le pregunté a Carmen: “Oye, Carmen. ¿Tú crees que las personas, por muy idiotas y asquerosas que seamos, también producimos hilos de seda dentro de nosotros?” Y ella me miró y me sonrió diciendo: “Eso que has dicho es muy bonito.” Y se agarró a mi cintura y volvimos a casa cogidos sin importarnos que la gente nos viera.

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Cuando mi hermana volvió a casa tenía que ir en una silla de ruedas porque tenía una pierna rota, así que yo la sacaba a pasear todas las tardes y la dejaba en el parque con sus amigas mientras Carmen y yo estábamos un rato juntos. Y una tarde me llamó desde su habitación y me hizo mirar en la caja de los gusanos abriendo un poquito la tapa: “Mira, ya son mariposas.” Dijo toda contenta y nos reímos sin saber por qué, y entonces yo le dije que las teníamos que soltar porque ellas estaban hechas para volar y no para estar en una caja de zapatos y a ella le pareció bien, así que fuimos hasta la ventana y abrimos la caja y las mariposas, todas blancas como la nieve, comenzaron a revolotear a nuestro alrededor y luego se marcharon hacia el sol. Y mi hermanita me cogió de la mano y me sonrió y yo le di un beso, así, sin más.

Cuando fui a salir de su habitación me vino una idea a la cabeza. Me volví y le dije: “Sí, las personas también sufrimos la metamorfosis.” Y ella sonrió como si lo que acababa de decir ya lo supiera…

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