Cuando ya hemos logrado traspasar la frontera de la página en blanco y nuestro verbo fluye por los caminos de la imaginación, se nos plantea un universo infinito de posibilidades, caminos que se cruzan una y otra vez, inmensas rotondas con innumerables salidas, escaleras de subida y bajada, torrenteras, barrancos, afluentes, ríos y océanos por donde navegar…, vientos sobre los que cabalgar o nubes donde perderse por un cielo inagotable… Pero todos estos viajes siempre tienen un mismo componente, una unidad que los aglutina y los hace formar parte de un conjunto con personalidad propia: el yo, el sujeto que es causa y parte, el creador que, como un pequeño dios, inventa vidas de la nada blanca.

Y aquí, en este preciso instante de autorreconocimiento, tiene una vital importancia el uso de un instrumento imprescindible, no sólo para quien quiere ser un hacedor de historias, sino, me atrevo a asegurarlo, para todo ser humano, y este artefacto, tantas veces denostado y casi siempre temido, no es otro que un espejo.

Cuando miro mi imagen reflejada en él, muchas veces no me reconozco. ¿Soy realmente quien pretendo ser?… ¿Son esos ojos, que me escrutan desde el otro lado, los mismos que observan desde éste?… ¿No habrá un componente diabólico tras esa superficie que simplemente me haga ver esa realidad que quiero evitar e ignorar como un Dorian Gray cualquiera de los que deben estar llenas las calles?…

¡Qué difícil es reconocerse cuando hemos aprendido a forjarnos una idea de nosotros mismos importada y pagada con nuestra propia sangre!

Es este dispositivo repetidor de imágenes algo que muchas veces aterra, pero que nos cautiva con morbosa atracción hasta hacernos adoradores de nuestro propio icono… Sin embargo, ¡en qué pocos momentos nos aceptamos tal como nos refleja la cruda realidad!…

Y de esta forma, creyendo que la apariencia verdadera de nuestra naturaleza es la que surge de la opinión que los demás tienen sobre nuestra persona, vamos por la vida mostrando una seguridad que se desvanece cada noche al mirarnos, con ojos cansados, ante el espejo de nuestra soledad. Y entonces surge una pregunta, ¿quién habita dentro de mí?… No hay respuesta, pues dentro de nuestros espectros no habita un único ser, sino un conjunto de espíritus, voluntades, sombras, ánimos y alientos que nos hacen ser quienes somos y, que a veces, nos hacen sorprendernos de nosotros mismos y de nuestra forma de actuar

Así pues, amigos, cuando de vuestra pluma surjan personajes grotescos, o héroes llenos de virtudes, o malvados depredadores, o encantadoras criaturas, o cualquier otro engendro de vuestra imaginación, pensad que podrían no ser un invento, sino los habitantes del otro lado de vuestro espejo que pugnan por salir a la luz…

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