Era una mañana de lunes fría y lluviosa. Los lunes son el peor día de la semana para mí, por cuestiones obvias que no voy a analizar, y el agravante de la lluvia no ayudaba nada a mi estado de ánimo. Esperaba a un nuevo cliente, colega de oficio que buscaba el apoyo de otro profesional a causa de sus implicaciones personales en el asunto que íbamos a tratar. Pero, incluso así, yo seguía sin muchas ganas, la verdad. Sin embargo, cuando se abrió la puerta de mi despacho y lo vi, no pude evitar evocar el tan manoseado pensamiento: “¿Por qué los hombres interesantes o son gais o están casados?” No me equivocaba… estaba soltero…
Tras las presentaciones y demás protocolos, pasamos al asunto. Y éste no era otro que mi cliente quería poner unas demandas, junto con el resto de la familia, contra su padre… es decir, “que querían hacerse cargo del patrimonio familiar antes de que el buen señor lo lapidara”, pensé. Sin embargo, me quedé atónita, y no por el hecho de las acusaciones, que son bastante normales, tristemente, sino por la naturalidad y falta de pasión con que se las iba imputando a su progenitor, y por el empeño que tuvo en todo momento para hacerme ver que su familia era muy rara.
Llegados a este punto, le pedí que me aclarase las ideas y comencé pidiéndole que me definiera su familia.
– Es bastante rara – respondió sin pestañear. – Mis padres vienen de familias acomodadas y tradicionales – no vi nada extraño por el momento… – Mi padre es empresario y se codea con las altas esferas económicas y políticas, y mi madre se ha dedicado siempre al hogar y a los hijos – “Natural”, pensé… – Nosotros, los hijos, hemos sido educados en la tradición cristiana y hemos estudiado en un buen colegio de jesuitas; mi hermana fue a las dominicas…
– Normal – afirmé…
– Mi hermano estudió Empresariales y ahora dirige parte de los negocios familiares…
– Claro…
– Luego se casó con una niña mona, hija de una buena familia de amigos nuestros…
– ¿Cómo no?…
– Yo estudié Derecho y pronto encontré trabajo en un bufete propiedad de amigos de mi padre…
– Claro, claro… – manifesté.
– Y mi hermana, pues a ella la enviaron a estudiar a una universidad inglesa…
– Como debe ser – aseveré… – ¿Y dónde está lo raro en todo esto?…
Él me miró con una tristeza bastante profunda.
– Mi padre nunca fue ni cariñoso, ni muy entrañable con nosotros… tampoco con mi madre, pero eso nos dimos cuenta más tarde. Él era rígido, duro, recto e implacable… todavía me pregunto por qué no nos vestía de uniforme… Decía que todo lo hacía por nosotros, que a él nadie le había regalado nada y que el mundo no era para los débiles.
– Buena arenga – declaré…
– No nos permitía relajarnos y quería educarnos con una moral intachable…
– ¿Y su madre? – pregunté.
– Nada, no decía nada. Delante de él era como su clon, pero detrás se dejaba llevar por sus sentimientos y le afloraba la ternura y el cariño con sus hijos.
– Lógico – avalé.
– Delante de las amistades, mi padre siempre nos ponía como ejemplo de hijos aplicados, trabajadores, intachables y limpios de cualquier duda… A solas, simplemente nos ignoraba…
– No es tan raro… – atestigüé.
– Nuestra casa era grande y lujosa, pero no era un hogar…
– De acuerdo, pero todavía no veo el motivo…
– Todo empezó conmigo. Soy homosexual…
– “Ya estamos…” – exclamé para mí con un suspiro de resignación.
– Tras muchos años de esconderlo, un buen día acaparé todo el valor que tenía y lo dije en casa… He sido un buen estudiante, un buen hijo y hermano, soy un buen profesional, en el bufete me tienen en gran estima e incluso he sacado de apuros a mi padre por alguno de sus chanchullos, pero él no valoró nada de eso, simplemente dijo que en su casa no vivían maricones y me echó sin más…
– Nada raro por ahora – ratifiqué.
– Al poco tiempo, mi hermano se divorció porque la niña mona se entretenía demasiado con algún niño bien en las tardes de club mientras él estaba en la oficina… Mi padre no le apoyó en ningún momento, porque para él “un cornudo es un idiota que no sabe mantener a raya a la mujer”.
– Alentador… – apunté.
– Y para colmo, llega mi hermanita de Inglaterra embarazada de un compañero indio con el que, decía, quería casarse…
– ¡Ja, ja!… Perdón, se me escapó…
– Entonces mi padre, tras darle dos sonoras bofetadas y encerrarla en su cuarto, aseguró que de ninguna manera iba a dar el consentimiento para esa atrocidad y que en esos casos el aborto estaba disculpado…
– ¡Toma castaña!… Pero, de todas formas, yo no veo nada extraño en todo esto…
Esbozó una leve sonrisa que me hizo maldecir al destino y prosiguió…
– Mi hermana, en un descuido, se largó de casa y, por mucho que la buscamos, no dimos con ella, pero ahora sé que mi madre siempre supo dónde estaba…
– Normal…- afirmé.
– Entonces saltó mi madre, la silenciosa, la sombra de su hombre, y le dijo que ya estaba harta, que se había quedado sola por culpa de él, que no podía ver a ninguno de sus hijos por miedo a que él se enterase, que todos le tenían miedo, hasta los gatos, y que ella sabía ya, desde hacía mucho tiempo, que él, el intachable, el moralista, el soberbio, estaba liado con otra mujer a la que le había montado incluso un negocio…
– Mira, no sé por qué, pero me lo esperaba… – expresé. – Pero sigue, sigue, que la cosa está interesante…
– Entonces, mi padre montó en cólera y la abofeteó delante de la criada filipina, la cual también se llevó su parte al querer defender a mi madre. Y, no contento con eso, las echó a las dos a la calle afirmando que aquella casa era suya, que la había ganado con su trabajo y sudor y no tenía porqué mantener a desagradecidos en su casa.
– Típico, ¿no?… – En sus ojos vi la profundidad del desengaño. – La verdad es que tenemos una buena colección de hechos para entretenerlo bastante tiempo en los juzgados. Aún con todo, sigo sin ver dónde está la rareza de tu familia, a no ser porque se os van acumulando las situaciones…
– Lo raro viene ahora.
– ¿Pues…?
– Ni mi hermano ni yo, que desde su divorcio vivíamos juntos, nos habíamos enterado de nada de esto hasta que una tarde se presentó mi hermana en el piso que ambos habíamos alquilado.
– ¿Echó tu padre a tu hermano de la empresa?
– No, no, qué va. En el fondo es al único al que teme porque conoce muchos de sus trapos sucios… A todo esto, mi hermana no pudo casarse con su indio porque su familia, de religión musulmana, también se lo prohibió tajantemente, ya que no veían bien que tomara como esposa a una infiel… Así que ella decidió que el niño sería sólo suyo, pero que quería tenerlo.
– Estupendo, es su decisión… Comenté.

– Pues, como te iba diciendo, vino mi hermana y nos contó todo lo que no sabíamos. Así que lo primero era arreglar nuestra situación. Ahora vivimos todos juntos, mi hermano, mi hermana, mi sobrino, mi madre, la criada y yo. Mi madre sonríe y canta y sale a pasear con su nieto y a jugar al bingo con la chica filipina y al cine… y es feliz. Mi hermano tiene otra novia, pero no quiere casarse, dice que con una vez le basta; sigue al frente de los negocios y vigila que nuestro padre no lo disipe todo, hace deporte, ha aprendido a bailar y se le ve feliz. Mi hermana está acabando la carrera que dejó a medias y cuida de su niño y de vez en cuando viene algún tipo guaperas a buscarla… y es feliz. Y yo puedo sentar en la misma mesa que mi familia a mi novio, al que todos quieren, y puedo hablar sin problemas de lo que siento y los veo a todos ellos juntos… y soy feliz… Pero nos falta la segunda parte, y es por lo que estoy aquí. ¿Entiendes ahora por qué es tan rara mi familia?…
– Sí que es rara, sí… Una familia feliz donde todos son libres y se respetan, donde cada uno es quien quiere ser y nadie se impone como la voz de la conciencia común que, a la larga, descubrimos que solamente era la voz de la hipocresía… Tenías razón, tu familia es muy rara…
Cuando se marchó seguía lloviendo, pero yo sentía menos frío y el lunes me parecía más llevadero…






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