
La luna se escapaba entre los pequeños huecos de la espesa capa de nubes que, sólo unos pocos minutos antes, habían dejado caer todo su peso sobrante sobre la tierra reseca tras un verano caluroso y árido.
La verbena había hecho un descanso obligado, dejando los músicos sus instrumentos y equipos electrónicos abandonados como pequeños islotes cubiertos de plásticos que ahora lanzaban brillos mudos y desolados a la gente que, arremolinada bajo los escasos lugares resguardados, se negaba a dejarse derrotar por los elementos inoportunos regando sus entrañas, vaso a vaso, con un empeño e interés dignos de alabanza.
En un grupo de sillas, como navíos desarmados casi flotando en las aguas turbulentas de la avenida montaraz, se veía, cual muñeca dejada al azar de articulaciones imposibles, el cuerpo de una muchacha, totalmente empapada, con el pelo azabache y lacio cubriéndole el rostro.
– ¡Mirad esa!… – dijo alguien.
– ¡Menuda cogorza ha cogido! – aseguró otro con seguridad de entendido.
– ¡Ni se ha enterao que llovía! – y se ríen porque se ríen de todo…
Alguien se acerca con ánimo de despertarla, para seguir con la mofa, ¿por qué no? Sin embargo, al tocarla, la muñeca se desmorona y da con su cabeza sobre el charco cercano donde se esparcen sus brunos cabellos como una medusa nocturna.
Se escuchan algunos gritos femeninos y todo el grupo deja un hueco dando un paso atrás.
– ¡Joder, parece muerta! – grita el osado.
– ¡Buscad a un médico! – reclama una voz femenina asustada.
Entre tanto nadie se acerca, todos miran con una mezcla de sorpresa, pero nadie se atreve a romper aquel círculo cuyo punto central es una muchacha menuda, mojada, inmóvil y silenciosa.
Llega una pareja de policías locales y uno de ellos pregunta:
– ¿Alguien la conoce?…
Nadie.
– Pues si no es del pueblo, con alguien habrá venido…
Nadie dice nada… “
– No creo que tenga edad para conducir… – piensa en voz alta mientras le baja el borde de la minifalda para ocultar una intimidad que ya resultaba más impúdica que seductora.
En ese instante, como salido de la nada, llega el médico. Todos se apartan, aunque no demasiado lejos, para no perderse nada. Tras una breve exploración, dictamina como en un disparo:
– Esta muerta.
Un murmullo recorre la plaza y surgen comentarios y suposiciones en aleteos que van y vienen como las olas…
Un rato después llegan el furgón de atestados y una ambulancia, con su feria de luces y sonidos.
En un bolsillo de su blanca chaqueta veraniega, ahora manchada y arrugada, encuentran su documento de identidad y una bolsita que entregan al médico… La joven es de la ciudad.
– Pero puede que esté de vacaciones por algún pueblo de aquí… – insite el policía.
– Puede… – murmura alguien.
Pero ¿dónde están sus amigos?…
Nadie lo sabe.
Un guardia civil toma datos y hace llamadas por su móvil, mientras los enfermeros cargan el cuerpo, ahora cubierto con una manta brillante, y lo introducen en la ambulancia.
Los rostros reflejan estupor y alguna muchacha llora, aunque no la conozcan, pero lloran.
La sirena del coche oficial hace que todos se aparten para dejar un camino por donde se alejan.
– ¿De qué se ha muerto, doctor? – pregunta un policía local que recibe una mirada severa del guardia civil.
El médico le mira con como si no lo hubiera visto, pero al fin contesta, hosco, derrotado…
– Hasta que no se le realice la autopsia, no se puede saber con seguridad… pero todo parece indicar que de un paro cardiaco.
– ¡Cómo!… ¡tan joven!… ¿Qué se lo puede haber producido? – vuelve a la carga el policía mientras los guardiaciviles comienzan a ponerse nerviosos.
El doctor lo mira y una triste sonrisa se dibuja en sus labios cansados:

– ¿De qué va a ser? Hombre. ¿De qué va a ser? – le increpa al mismo tiempo que le muestra la pequeña bolsa que encierra en la palma de su mano.
El doctor hace ademán de irse, pero se vuelve hacia los que le observan esperando alguna respuesta y les grita:
– ¿Tanto despreciáis la vida que os la jugáis por la mierda de un espejismo?… ¿Tanto?…
Nadie responde.
Él se vuelve y señala al suelo sobre el que, un poco antes, estaba la muñeca rota.
– Según su DNI, sólo tenía quince años… y aquí estaba sola… estaba sola…
Unos bajan la mirada, otros la levantan y se pierden en las luces y sombras que dibuja la luna sobre el cielo nocturno.
Los músicos comienzan a recoger sus cosas, sin prisa, con desgana…
Aunque ya no llueve, la verbena se ha acabado…
Ella se llamaba Lucía… Era mi sobrina… Era mi ahijada… Era mi vida… Murió en agosto en un pueblo del interior de Castellón… Este 29 de diciembre cumpliría 16 años y estaba llena de ilusiones… Era la primera vez que sus padres le dejaban salir de noche a otro pueblo… Su novio tiene 21 años… Es un chulo, un gilipollas, un crío engreído que no sabe ni leer, pero que sabe cómo tirarse niñas inexpertas y conoce donde comprar mierda por cuatro euros… ese es todo su mérito… Se asustó… el idiota se asustó… y se considera un hombre… ¿Cuántos hay de esos por ahí?… Lo siento, pero nunca podré olvidarlo… Esto yo no lo perdono… Sé esperar…






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