Isaac Asimov nació el 2 de enero de 1920 en la ciudad rusa de Petrovichi y falleció en Nueva York el 6 de abril de 1992. Fue un escritor muy prolífico, habiendo editado alrededor de quinientos libros, tanto de divulgación científica como de novelas de ciencia ficción.

Cuando tan solo contaba con tres años de edad, Asimov viajó con su familia a los Estados Unidos, creciendo en Brooklyn, Nueva York y graduándose en 1939 en la Universidad de Columbia. Durante la Segunda Guerra Mundial coincidió con otros autores de ciencia ficción, Robert Heinlein y L. Sprague de Camp, en la Estación Experimental de Aviación Naval en Filadelfia. Concluida la contienda, sacó un post doctorado en química, uniéndose a la Universidad de Boston como profesor asociado.

Desde 1939 comenzó a escribir historias de ciencia ficción para varias revistas como Amazing Stories o Astounding Science-Fiction, donde apareció uno de sus mejores cuentos, Anochecer (1941). En 1950 fue editado su libro Yo, robot donde se recopilaron varias historias sobre autómatas que comenzó a escribir en 1940 y en las que desarrolló sus reglas de ética para los robots que tanto influenciarían a los escritores posteriores. En 1942 escribió su primer relato de lo que llegaría a ser la serie Fundación: Los enciclopedistas, que está inspirada en la caída del Imperio Romano pero trasladada a los últimos días de un imperio galáctico. Todas estas historias escritas entre 1942 y 1949 se recopilaron en la trilogía Fundación (1951), Fundación e Imperio (1952) y Segunda Fundación (1953).

Las primeras novelas de Asimov: Un guijarro en el cielo y En la arena estelar, escritas en 1950 y 1951 respectivamente, tienen su desarrollo durante el Imperio Galáctico, pero no se relacionan con la trilogía. Desde 1952 a 1958 escribió la serie infantil Lucky Starr bajo el seudónimo de Paul French. De nuevo regresó a los robots positrónicos con las novelas Las bóvedas de acero (1954) y El sol desnudo (1957), en las que un policía humano, Lije Baley, y un detective robot humanoide, Olivaw, resuelven asesinatos en la ciudad de Nueva York. Tres de sus mejores cuentos: El camino marciano, una alegoría sobre el marcartismo y la “caza de brujas” basada en la persecución a los comunistas llevada a cabo por el senador McCarthy, El pasado muerto, sobre un dispositivo capaz de ver la historia, y El niño feo, sobre el apego de una enfermera por un niño neanderthal accidentalmente llevado al futuro, fueron escritos en la década de los 50’.

Llegado a este punto, Asimov dejó la ciencia ficción y comenzó a escribir libros de divulgación, en química: Los químicos de la vida (1954), física: El neutrino (1975), biología: El cerebro humano (1964), literatura: Guía para Shakespeare de Asimov (1970) o religión: Guía de la Biblia de Asimov (1969) y muchos otros.

En 1972 regresa a la ciencia ficción con Los propios dioses y en 1976 escribe su historia más celebrada: El hombre bicentenario. En la década de 1980 une las series de los robots con la de Fundación en títulos como: Los límites de la Fundación, Los robots del amanecer, Robots e Imperio, Fundación y Tierra, Preludio a la Fundación y Hacia la Fundación.

Nuestra mención de sus obras se queda muy corta, así mismo si hablásemos de sus premios, honores y doctorados en diversas universidades, pero baste decir que en 1981 se puso su nombre a un asteroide. Inmensa distinción para un hombre que siempre estuvo cerca de las estrellas.

Cómo ocurrió

Isaac Asimov

Mi hermano empezó a dictar en su mejor estilo oratorio, ése que hace que las tribus se queden aleladas ante sus palabras.

–En el principio –dijo–, exactamente hace quince mil doscientos millones de años, hubo una gran explosión, y el universo…–Pero yo había dejado de escribir.

–¿Hace quince mil doscientos millones de años? –pregunté, incrédulo.

–Exactamente –dijo–. Estoy inspirado.

–No pongo en duda tu inspiración –aseguré. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiración. Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas.)–. Pero, ¿vas a contar la historia de la Creación a lo largo de un período de más de quince mil millones de años?

–Tengo que hacerlo. Ése es el tiempo que llevó. Lo tengo todo aquí dentro –dijo, palmeándose la frente–, y procede de la más alta autoridad.

Para entonces yo había dejado el estilo sobre la mesa.

–¿Sabes cuál es el precio del papiro? –dije.

–¿Qué?

(Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro.)

–Supongamos que describes un millón de años de acontecimientos en cada rollo de papiro. Eso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo tendré que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabarán cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tú tengas la voz y la fuerza suficientes., ¿quién va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones, ¿cómo vamos a obtener derechos de autor?

Mi hermano pensó durante un rato. Luego dijo:

¿Crees que deberíamos acortarlo un poco?

–Mucho –puntualicé,- si esperas llegar al gran público.

– ¿Qué te parecen cien años?

–¿Qué te parecen seis días?

–No puedes comprimir la Creación en solo seis días –dijo, horrorizado.

–Ese es todo el papiro de que dispongo –le aseguré–. Bien, ¿qué dices?

–Oh, está bien –concedió, y empezó a dictar de nuevo–. En el principio… ¿De veras han de ser solo seis días, Aaron?

–Seis días, Moisés –dije firmemente.

FIN

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