PRÓLOGO

Y miró la foto con lágrimas en los ojos. Dos rostros felices, dos jóvenes enamorados o eso pensaba él. Cerró los ojos y el recuerdo le vino a la mente… quizás en un tiempo no le dolería tanto, quizás la herida acabaría sanando, quizás algún día su corazón acabaría cicatrizando y podría volver a amar. Aunque… pensándolo bien… ¿de qué sirve amar? Entregas el poder a alguien de destruirte, dos palabras pueden herirte más que una daga. Y él, él estaba cansado. Cansado de ser siempre el que amara más, cansado de ser el que se preocupara, cansado de entregar siempre todo sin nada a cambio.

Pasó el dedo por la pantalla y así poder ver la siguiente foto guardada en galería. La cara de una chica apareció, su cabello rubio caía en tirabuzones hasta la altura de su cintura. Sus ojos azules estaban entrecerrados a causa de la enorme sonrisa que tenía en el rostro, incrustada en su pálida piel, adornada con pequeñas pecas que iban desde la nariz hasta sus adorables y rosadas mejillas.

Kyle no pudo más y arrojó su móvil lejos. No le importaba haberlo roto, ¿de qué le servía un móvil si ya no iba a recibir sus mensajes, sus «te quiero»? Y volvió a ver la imagen en su cabeza, la imagen de la chica de cabellos rubios, la chica a la que amaba, besando, dando un beso apasionado en los labios; pero no era a él a quien besaba, era a otro hombre al que ahora brindaba su amor. Y con esos pensamientos, abrió la ventana y lentamente se subió al marco. Contempló el cielo, de un tono rosado por el atardecer, vio a unos ancianos caminar por la calle, a un gato trepar por un tejado y una bandada de aves volar. Miró una última vez su habitación y susurró sus últimas palabras «lo siento» y tomó la decisión más difícil que había tomado en sus quince años de edad… saltó.

CAPÍTULO 1

De repente la luz me cegó y un pitido sonó en mis oídos. «¿Qué está pasando aquí?» Lentamente abrí los ojos y me encontré con una señora de pelo corto castaño y ojos verdes llorosos. A su lado un hombre con espesa barba llena de canas y con apenas cinco pelos en la cabeza me miraba a través de sus gafas abrazado a la señora. Pude contemplar como una lágrima corría por su rostro. Me incorporé un poco y millones de agujas me pincharon por todo el cuerpo. Sentado en lo que supuse que era una cama de hospital la pareja saltó sobre mí y me envolvió en un abrazo.

– ¡Cariño, estás bien! – me dijo la señora, llorando.

– ¡Creíamos que te habíamos perdido para siempre! – me dijo el hombre.

– Sí. Lo siento, pero… ¿quiénes son ustedes? – pregunté confundido.

Pude ver cómo se alejaban de mí temblorosos, cómo sus caras se habían tornado en una mueca de dolor, como si les hubieran pegado un puñetazo en toda la tripa. 

– ¡Qué gracioso eres, sobri! – dijo el señor soltando una risa forzada.

– ¿Sobri? ¿A qué te refieres? – pregunte sin entender lo que me quería decir.

“¿Sobri? ¿Qué era eso?”

– Kyle, ¿no te acuerdas de mí? Soy tu tío Jack – me dijo tan confundido como yo y lleno de inseguridad.

– Ah…Una última pregunta, ¿quién es Kyle? – dije mirando a mi alrededor en busca de alguien llamado así. 

Entonces, la señora no aguanto más y cayó en medio de la sala, desmayada. 

– Kyle, deja ya tu estúpida broma idiota; no tiene gracia. Tu madre se acaba de desmayar, ¡para ya! – gritó Jack mirándome con odio- ¿En qué narices estabas pensando cuando saltaste?

Entonces una mujer menuda de cabello rizado, vestida con una bata blanca entró y sacó a rastras a Jack diciéndole que parara de gritar y que yo necesitaba descansar. Otros dos hombres vinieron con una camilla de ruedas y subieron a la señora, aún desmayada y se la llevaron de allí. Yo, me tumbé y cerré los ojos. «¿Qué narices está pasando aquí?» me pregunté mentalmente antes de caer dormido. Desperté y enseguida médicos con batas blancas empezaron a entrar y a hacerme pruebas para ver si veía, andaba, hablaba y respiraba bien. Por lo que pude entender, todo estaba relativamente bien; sólo tenía una pierna rota y tendría que llevar muletas por algún tiempo. 

Por último, tocó la prueba más complicada, la prueba que puso a todo el mundo nervioso, tocaba ver los daños mentales que me había causado un supuesto «accidente» del que todo el mundo hablaba, pero del que yo no lograba recordar nada. ¿Tendría que ver con lo que me había dicho aquel señor sobre un salto? ¿Cómo puede un salto cambiar la vida de tantas personas así? ¿Cómo puede generar tanto dolor un simple movimiento? 

Una señora que parecía muy agradable me acompañó a una sala de color verde en la que sólo había una mesita con un par de sillones.

– Por favor, toma asiento – me dijo con una voz que enseguida me inspiro confianza. Y señaló uno de los sillones. – Muy bien, comencemos. Dime, ¿cómo te llamas?

– Yo… yo… – pensé un largo rato hasta que finalmente respondí: – Yo no tengo nombre.

– ¿Seguro?

– Creo que si tuviera nombre me acordaría – dije un poco molesto.

– Vale, vale y dime ¿cuántos años tienes?

– Tengo 13 años – respondí convencido.

– Respuesta incorrecta – dijo y me tendió un espejo que sacó de uno de los cajones de la mesa. – Mírate, ¿en serio crees que tu aspecto es el de un chico que apenas ha entrado en la adolescencia?

Miré el reflejo del espejo, un chico de cabello castaño despeinado y grandes ojos verdes me miraba desde ahí. Su piel era morena y su rostro era un óvalo acabado en una suave barbilla. Estaba lleno de golpes, moratones y cortes y tenía una venda que le cubría la frente. Además, al sonreír pude ver que le faltaban dos dientes. Ese era yo. Entonces un nombre vino a mi mente…

-Mi nombre es Kyle, Kyle Lowood – susurré.

-Kyle, eso es genial, ya empiezas a recordar – me dijo la señora muy ilusionada y alegre. 

Cerré los ojos y recordé la ventana, la caída, el dolor que sentí y el alivio al llegar al suelo y estrellarme.

– Quizás sea mejor no recordar… – dije con dolor.

CAPÍTULO 2

Kyle

Ya llevaba unos pocos meses ingresados en el hospital. Mis heridas más o menos habían sanado todas, me habían puesto dientes falsos en aquellos que me había roto con la caída y ya no me hacía falta andar con muletas o silla de ruedas. Aunque me encontraba más hecho polvo que nunca, me sentía como nuevo. En aquellos meses me había hecho un par de amigos, eran bastante simpáticos, aunque la verdad era que me daban un poco de pena y algunas veces me hacían sentir como un auténtico idiota por haber tratado de poner un punto final a mi vida. Ellos tenían cáncer, Celia siempre llevaba un pañuelo en la cabeza para ocultar los efectos de la quimioterapia. Mientras tanto, Manu lucía su calva orgulloso, con esperanza de que aquello significase estar un poco más cerca de sanar. Con ellos pasaba casi todo el tiempo, excepto en las horas de visita, de revisiones y cuando me tenía que ir con la doctora a la habitación verde. La verdad es que en lo que llevaba allí no había conseguido recordar nada más, solo vagos recuerdos sobre el instituto y mi casa, poco más, nada de verdadero interés. Nos pasábamos horas allí sentados, ella mostrándome fotos de la que había sido mi vida anterior, fotos de personas, lugares, animales… Pero nada, rara vez conseguía poner nombre a lo que me mostraba. 

En esos momentos, me encontraba sentado frente a la doctora Cook como de costumbre. 

– Kyle, hoy quiero que nos centremos en algo un poco más doloroso, hoy quiero que nos centremos en el motivo de tu caída. Si sientes que no estás preparado para hablar de ello o en algún momento quieres parar, dímelo y daré por finalizada la sesión de hoy. 

– Estoy preparado – dije con los puños cerrados y en tensión. 

– Muy bien…empecemos. Kyle, quiero que me cuentes todo lo que recuerdas sobre aquel día, o los anteriores. Quiero que me hables de lo que sentiste al saltar, al volar, lo que sentías antes, quiero que me cuentes todas las sensaciones que tuviste.

Tras decir eso la doctora cogió su cuaderno de tapa morada y su boli azul, como de costumbre. Siempre que hablaba ella iba tomando notas, al principio eso me ponía muy nervioso, pero en los últimos meses ya me había acostumbrado. 

– Pues… – comencé a hablar mientras trataba de recordar todo lo posible. – No recuerdo nada de los días anteriores, ni de aquel propio día. Solo recuerdo pensamientos, sensaciones del momento antes del suicidio. Recuerdo la tristeza que me envolvía, tenía un peso enorme en los hombros del que quería deshacerme. Había perdido el Norte, pero también el Sur; había perdido todas las direcciones capaces de hacerme sentir feliz. Recuerdo pensar «¿qué narices significa la felicidad?» Para mí esa palabra ahora carecía de significado, era una palabra incoherente que no tenía definición en mi diccionario. Recuerdo haber llorado y dejarme los ojos al rojo vivo de tanto frotármelos, recuerdo sentir cómo me faltaba el aire, la sensación de estar ahogándome en mis propios pensamientos. Y, el alivio, el sentimiento de libertad al saltar, aunque era consciente que acabaría muerto o en el hospital, me sentía más vivo que nunca. Saboreé cada segundo con dulzura…

Al acabar de hablar cogí aire y estuvimos un par de minutos en silencio. La verdad, me encontraba cansado de repente, pero a la vez aliviado, como si lo que acabase de decir me hubiera quitado un peso de encima.

– Muy bien Kyle – dijo la doctora Cook después de un buen rato de silencio. – Ahora quiero enseñarte una cosa.

Cogió su bolso y de él sacó una bolsita de plástico. La abrió y sacó de ella un móvil. Era un iPhone 4 y parecía bastante nuevo, aunque tenía las esquinas algo desgastadas.

– Este móvil lo encontramos en tu habitación. Estaba todo lleno de cristales y la pantalla totalmente rota, tuvimos que llevarlo a arreglar porque era imposible tocarlo sin cortarse. Cuando finalmente lo repararon y lo pudimos encender, vimos que lo último que habías hecho con él había sido ver una foto. Esta foto para ser exactos.

Tras decir eso encendió el móvil y me mostró la fotografía de una chica de cabellos rubios y ojos azules. Al ver aquella foto sentí un horrible pinchazo en el pecho, como si alguien me estuviera pegando un puñetazo. Luchaba por reprimir esa sensación de dolor y no dejar que las lágrimas que se me habían formado en los ojos cayeran violentamente por mi rostro. Entonces, como si de rayos se tratasen, vinieron a mi cabeza fugaces recuerdos. Ella y yo, cogidos de la mano, comiendo un helado, en el cine, riéndose, pasándose notitas en el instituto… Y el más doloroso, ella besando con dulzura a otro chico. 

– Yo, estoy cansado, quiero irme. – dije seriamente.

– De acuerdo, quizás sea demasiado pronto para hablar de ello. Mañana tendremos una sesión más relajada, te lo prometo. Anda, descansa y no te entretengas hablando con Celia y Manu, que necesitas dormir y ya nos conocemos.

– Qué poca confianza veo por aquí, me hieres… – dije bromeando y salí de la habitación. Comencé a andar sin rumbo en vez de ir directamente al comedor o a mi habitación, necesitaba aclarar mis ideas y, quería recordar todo lo posible de esa chica, porque había recordado algo muy importante: la amaba.

CAPÍTULO 3

Celia

Acabada mi cena, esperaba a Manu.  En una semana haría ya un año que había ingresado en aquel hospital; un año desde que había conocido a Manu y nos habíamos hecho inseparables. Aun siendo un año menor, ambos habíamos madurado a la misma velocidad allí dentro; así que la diferencia de edad no se notaba. Contemplé a Manu, su piel morena y sus ojos marrones. Sus ojos, aunque no fueran de un color especial, aunque fuesen de un color común, hacían que se me acelerase el pulso cuando me miraba. No recuerdo cuándo había sobrepasado la fina línea que hay entre la amistad y el amor, cuándo me había empezado a enamorar de él. Solo sabía que aquel sentimiento era puro. Hay quien dice que a los catorce años no te puedes enamorar, pero yo no estaba de acuerdo. Situaciones como las que estábamos viviendo él y yo unían a personas, estar encerrados en el hospital todo el día, con la compañía del otro había hecho que me diese cuenta de que me encantaba su sonrisa, su forma de picarme, sus chistes malos, y su gran pasión por el baloncesto. Manu no era demasiado alto, pero eso no le había supuesto ningún problema a la hora de volverse un buen jugador de aquello que le apasionaba. Desde que había entrado en el hospital, siempre había llevado una pulsera con el nombre de su equipo favorito, «Estudiantes». Se sabía todos los jugadores, los equipos… Más de una vez habíamos ido a nuestro rincón secreto en el tejado del hospital por la noche, y mientras mirábamos las estrellas él hablaba sin parar sobre ese deporte. Manu era un chico realmente fuerte, la verdad es que poca gente habrá como él. Siempre sonreía sin importar lo mal que le hubieran dejado los tratamientos, siempre bromeaba y nunca se quejaba de lo injusta que había sido la vida con él. Yo, en cambio, no hacía otra cosa…

– Celia, ¿nos vamos? – me dijo sacándome de mis pensamientos.

– Sí, claro, si soy yo la que llevo esperándote como media hora. Comes como una tortuga – le dije consiguiendo sacarle una carcajada. 

– Se llama saborear la comida, deberías probarlo alguna vez.

– No, gracias, como me pare a saborear esta comida de hospital, vomito.

– Mm… – dijo pensativo. – Vale; tienes razón. ¿Vamos a buscar a Kyle? No le he visto en toda la tarde, deberíamos ver si está bien.

– Tienes razón, vamos a buscarle. 

– Sabría que te encantaría la idea, cómo se te nota… – me dijo con una sonrisa pícara.

– ¿El qué se me nota? ¿De qué hablas? – dije con voz un poco más aguda por la curiosidad y porque sabía que no me gustaría su respuesta.

– ¿Ves?, ya sabía yo que Kyle te tiene enamoradita…

¿Qué? ¿Yo? ¿Enamorada de Kyle? Es verdad que era un chico bastante guapo, muy simpático y tenía un aire misterioso que le otorgaba cierto encanto, pero… ¿cómo iba a gustarme alguien que había tratado de acabar con su vida cuando yo luchaba cada mañana por continuarla?

– ¿Qué pasa? ¿Estás celoso? – le dije levantando una ceja y con aire pícaro.

– ¿Yo? ¡Qué va…! – dijo poniéndose algo rojo, cosa que me pareció adorable.

– Anda, tranquilo, que solo te estaba siguiendo la broma, no es él quien me gusta… – le dije, guiñándole un ojo.

– ¡Ah! ¿Eso es que te gusta alguien? Quiero el nombre ya – dijo dando saltos. – ¿Guille, el que se sienta siempre solo? ¿Arturo, el que nos encontramos en los lavabos hace un rato? ¿Raúl?

Y mientras él iba diciendo nombres como si tuviera cinco años, comenzamos a andar por los pasillos de aquel hospital en busca de nuestro amigo. Recorrimos varios pasillos, fuimos a buscarle a su habitación, a los lavabos, a nuestras propias habitaciones para ver si nos estaba esperando… Resultaba raro, ya que últimamente siempre venía para estar con nosotros.

– Quizás no quiere que le encontremos, a lo mejor quiere estar solo- le dije a Manu.

– Tienes razón, lo mejor es que vayamos a una habitación y le esperemos allí. 

– ¿Vamos a tu habitación?

– Vale – dijo y nos dirigimos a su cuarto.

Cuando llegamos, él abrió la puerta y nos sentamos en su cama medio desecha. Tenía ropa tirada por todo el suelo, y la basura acumulada se caía por los bordes.

– Eres un desastre, en serio – le dije con una pizca de burla, pero a la vez con un toque de cariño.

– Lo sé, pero es que solo la limpio cuando vienen chicas guapas de visita.

– Yo he venido…

– Exacto, pero es que he dicho guapas – dijo riendo y lanzándome un beso.

– ¿Con qué esas tenemos? – dije y le lancé uno de los almohadones de la cama.

– Acabas de declarar la guerra – me gritó mientras me trataba de dar con otro almohadón. 

Estuvimos un rato así, pegándonos con almohadones hasta que la guerra pasó de una guerra de almohadas a una guerra de cosquillas. Él se abalanzó sobre mí y empezó a pellizcarme por todos lados, causándome ataques de risa.

– Manuuuuu, paraaaaa – le dije.

– Di las palabras mágicas… – me dijo mientras seguía haciéndome cosquillas.

– No. Eso jamás… -dije tratando de coger aire.

– Respuesta incorrecta… -me dijo e intensificó la fuerza de sus pellizcos haciéndome reír el triple.

– Esta b-b-bien – dije cuando pensaba que ya me iba a acabar haciendo pis encima. – M-me r-rindo.

– Creo que no te he oído, repite, por favor. – me exigió con aire de superioridad.

– ¡He dicho que me rindo!

Tras decir eso él salto al suelo y comenzó a bailar.

– ¿Quién es el mejor? Manu es el mejor. Chicas de una en una, que hay autógrafos para todas – empezó a pavonearse.

Yo empecé a reír y a dar palmadas. Pero entonces… Manu dejó de reí, dejó de bromear y se sentó en el suelo sujetándose la tripa. Comenzó a toser y a gemir.

– Manu, voy a llamar a una enfermera, no te preocupes no tardo nada. – dije firme, ya había pasado por esta situación otras veces.

– No, por favor… no te vayas, no quiero que te vayas… – me suplicó en un susurro. – Quédate conmigo…

Mi corazón se derritió al oír su suplica. ¿Qué hacía? ¿Utilizar la razón que me aconsejaba hacer oídos sordos a lo que me suplicaba Manu e ir a buscar a la enfermera, o seguir el instinto de mi atolondrado corazón que, como un ruiseñor, batía las alas suavemente y me pedía que le dejase posarse junto a Manu, que le arropara con sus suaves plumas y le cantase baladas de amor con su melodiosa voz? Tras varios segundos de incertidumbre, tomé una decisión. Me acerqué hasta Manu, y le levanté la cabeza con dulzura. Tenía marcadas las venas por la tensión y el dolor en el que estaba sometido, y por su frente rodaban algunas gotas de sudor. Con esfuerzo le moví un poco y le senté en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Luego, me senté yo a su lado y me quedé contemplándole. Entonces, suavemente, posó su cabecita en mi hombro, como el rocío de la mañana se desliza lentamente hasta apoyarse en la hierba. No sé si lo hizo por instinto, o por voluntad propia, porque deseaba sentirme cerca, no lo sé. Lo único que sé es que mi corazón dejó de latir un momento para después empezar a bombear sangre a toda velocidad. Con las manos aún algo temblorosas, empecé a acariciarle su cabeza, despacio, con dulzura y me pareció ver que una sonrisa le aparecía en el rostro. Me sentía como una idiota por no haber llamado a la doctora, sabiendo que ésta podría haber callado su dolor con tan solo una medicina, pero, me sentía feliz, la idiota más feliz del mundo, porque, por una vez, yo había sido su cura. Y con esos pensamientos y mi mano, aún trazando suaves líneas y círculos con el dedo sobre la piel de Manu, me dormí.

CAPÍTULO 4

Kyle

Hacía rato que ya me había cansado de recorrer pasillos blancos y deprimentes. Pasillos y habitaciones en los que el destino jugaba contigo, había veces que te robaba la vida, otras que lentamente iba acabando contigo, aunque también unía gente, y otras te otorgaba una segunda oportunidad, como lo había hecho conmigo. Había estado reflexionando un buen rato sobre si sería verdad lo que la gente decía sobre que el destino es algo que está escrito, que no hay manera de cambiarlo. Tras muchas vueltas, había llegado a mi propia conclusión. Pensaba que el destino es una mera palabra, algo que la gente utiliza para echarle la culpa cuando las cosas salen mal y alabarle cuando salen bien. Es esperanza teñida de deseo, es una manera para que la gente no enloquezca al buscar una explicación del porqué ha sucedido de esa manera. Yo mismo había estado a punto de desesperar al buscar una explicación del porqué había vuelto a la vida, hasta que mi madre, en una de sus visitas, nombró al caprichoso destino. Gracias a las visitas que había ido recibiendo, había aprendido cosas de la vida del antiguo Kyle. La primera era que carecía de amigos, y si los tenía, no eran reales, sino un mero título. Pues nadie que compartiera lazos de amistad conmigo había venido a darme su apoyo o a ponerme al día sobre lo que pasaba fuera de aquel fúnebre edificio.

Segunda conclusión a la que había llegado. Mi familia no estaba muy unida. La primera prueba, mi padre no había ido a visitarme ni un solo día de los que llevaba allí, la única vez que me había atrevido a preguntar la razón de su ausencia, mi madre me comentó algo sobre viajes de trabajo y lo ocupado y desbordado que se encontraba.

Aparte de mi madre, la única persona que había venido a verme había sido mi hermano mayor. Se llamaba Zack y acababa de cumplir los 19. Era un chico realmente guapo y todo lo contrario a mí. Era alto y fornido, de tez morena y cabello rubio. Sus ojos eran color miel y su sonrisa deslumbraba. Llevaba gafas y, la vez que había ido a visitarme, vestía una americana negra que combinaba con sus pulcros pantalones. A primera vista, pensé que sería realmente agradable y que tendríamos una buena relación, pero estaba completamente equivocado. Recuerdo aquel día, hace ya algunas semanas, como si fuera ayer. Como de costumbre no recordaba nada de él, así que tuvo que presentarse como los demás. 

-¿Qué pasa, hermanito? Te veo bien, me alegro porque cuando vuelvas a casa me voy a encargar de borrarte esa idiota sonrisita de la boca. 

Varias veces más me amenazó, insultó y se encargó de dejarme claro el asco que sentía hacia mí.

-Antes de que te vayas, ¿puedo preguntarte qué te hice para que ahora me trates así? – me atreví a preguntar.

-El mero hecho de existir. Te cargaste todo, toda nuestra familia se desvaneció cuando te eligieron. Estábamos mucho mejor sin ti- me contestó, casi escupiendo las palabras, y después, tras dar un sonoro portazo, se marchó.

Cansado ya de recorrer el hospital, me volví a mi habitación. Abrí la puerta, y entré en aquella oscuridad sepulcral que había, a causa de la carencia de luz. Me gustaba, amaba el negro, pues para mí era el color que más expresaba, era el color del que mi alma seguramente estaría teñida. 

Me tumbé en el demasiado blando para mi gusto colchón de hospital y mirando a la nada, me dormí. 

A la mañana siguiente me desperté a causa de los rayos de sol que, para anunciarme el comienzo de un nuevo día, se habían colado, traviesos, por la ventana de mi habitación. Me levanté y pensé «Vamos allá, Kyle, nuevo día, nueva vida». Me vestí con unos vaqueros y una camiseta ancha azul, la verdad es que me alegraba el no tener que llevar siempre aquellos deprimentes trajes de hospital. Mi madre se había encargado de traerme ropa, cosa que realmente agradecía. Me calcé las zapatillas que nos habían dado para ir por el hospital y me dirigí a la cafetería. En la puerta, me paré y empecé a olfatear el aire. Me encantaba pararme y buscar aromas o cualquier cosa que despertara mi sentido. Y es que, el ambiente siempre está teñido, teñido de olores, olores que pintan el aire. Y hay veces que ese aroma, ese olor, se te queda incrustado, y lo guardas con delicadeza, en una cajita de porcelana en tu cabeza, pues ese aroma, ese olor, te recuerda  un momento feliz o vital de tu vida, como la colonia de quien amas, el chocolate que hace tu abuela, pequeñas cosas, que hacen que despierte en ti ese sentimiento de calidad, de ternura…

-Buenos días, Kyle- dijo alguien dándome un leve golpecito en el hombro-  Ayer te estuvimos buscando por todos lados, ¿dónde demonios estabas? ¿En Narnia?

-Buenos días a ti también Manu. Nada, estaba dando una vuelta, ya sabes lo bonito que es el hospital y lo mucho que me gustan los pasillos blancos fúnebres- le dije con sarcasmo haciéndole soltar una carcajada. 

-¿Qué pasa? ¿Ayer tocó sesión dura o qué?

-Ni te lo imaginas…Pero será mejor que os hable de ello luego, a los dos- dije viendo cómo Celia se acercaba a nosotros con su habitual sonrisa. 

Celia era realmente inteligente, y bastante guapa. Me contó que antes había llevado una larga cabellera marrón tostado que hacía juego con sus enormes ojos verdes. Sus ojos, incrustados en su frágil piel blanca como la leche, eran grandes y tenían un brillo especial. Dentro de ellos, podías ver su inteligente mente, podías ver su audacia, su agilidad… También, se podía observar, cómo esos ojos curiosos brillaban ante la presencia de Manu. Cómo lo contemplaban, como si fuera el mejor tesoro jamás descubierto, con ternura y cariño, con temor a perderle, pero con la seguridad de que viviría mucho más a su lado. Sin duda lo que Celia sentía era algo puro y fuerte, y además sincero. No era difícil notar lo que la joven sentía, solo hacía falta observar, darte cuenta de cómo anteponía las necesidades del moreno antes que las suyas propias, cómo se preocupaba cuando él no comía o cuando simplemente tenía un leve dolor de cabeza, cómo le reía las bromas aunque estas carecieran totalmente de gracia, cómo sus mejillas se coloreaban de rojo cuando él le decía algo bonito, un simple «te ves bien»,  pero también se leía la decepción en su cara cuando Manu hablaba de otras chicas. Lo podías ver en sus uñas mordidas, a causa de los nervios cuando Manu se iba a terapia, preocupada por si todo estaría en orden… Pero por lo que había observado, Manu la miraba con cariño, con dulzura, pero no de la misma clase. La miraba como si ella fuera una frágil golondrina que él quería cuidar, como una hermana pequeña por la que daría cualquier cosa. Y es que, aunque la situación hubiese obligado a Celia a madurar y ella tuviese una mentalidad mucho más desarrollada que las chicas de su edad, seguía sin haber dejado del todo atrás la niña. Se podían contemplar aún algunos gestos infantiles, como su manera de saltar los escalones de dos en dos, cómo soltaba grititos, cómo se enfurruñaba cuando la molestábamos y cómo se asustaba y necesitaba esconderse bajo la cama en las noches de tormenta. Era entonces cuando se notaban los casi dos años que había de diferencia entre ellos. Porque, aunque Celia dijese que había un único año de diferencia, era mentira. Celia acababa de cumplir los 14 mientras que Manu cumpliría los 16 en un par de meses, y esos casi dos años, ese espacio de tiempo, de madurez entre ambos era algo difícil de ignorar.

– ¡Hola, Manu!- dijo Celia con su común tono alegre.

-¡Buenos días, enana!- le dijo Manu y le  acarició la barbilla levemente, como siempre hacía.

-¡Hombre! ¡El desaparecido!- dijo Celia entonces, dirigiéndose a mí.

-Veo que me habéis echado de menos los dos ¿eh?-les dije con tono de burla.

-¡Huy, sí! … ¡Una cosa!… Anda, entremos a desayunar que me muero de hambre, ya nos contarás luego donde te habías metido.

-Las señoras primero- dijo entonces Manu que había abierto la puerta.

-Muchas gracias, caballero- dijo entonces Celia suavemente ruborizada.

-Me refería a Kyle, pero pasa tú también si quieres – dijo y se echó a reír.

-¡Ja ja, qué gracioso!- le dije fulminándole con la mirada. 

Otra de las cualidades de Manu, era que se escondía tras los chistes, utilizaba las bromas como caparazón para no tener que expresar lo que realmente sentía. Por eso, tampoco estaba seguro de sus sentimientos hacia Celia. Solía actuar como si nada le importara, como si nada le doliese. Solo le había visto derrumbarse una vez. De esto hacía ya un par de semanas, los médicos le habían hecho algunas pruebas y habían informado a él y a sus padres que su estado no mejoraba, que iban a intensificar el tratamiento y que, si éste no mejoraba, seguramente tuvieran que tomar medidas más drásticas y hasta llegar a amputar. Manu padecía osteosarcoma y cada día empeoraba un poco más. Como de costumbre, él se lo había tomado a risa y hasta había bromeado diciendo que si finalmente debían amputarle sería como el pirata Patapalo. Pero, esa noche, tras dejar a Celia en la habitación que se encontraba indispuesta, mientras andábamos hacía mi habitación, se derrumbó. De repente, no pudo contener las lágrimas, la cuerda que sujetaba su máscara de seguridad había acabado cediendo finalmente. 

-¿Qué sucede? -le pregunté preocupado- ¿Quieres que vaya a buscar a Celia? Ella sabe mejor que yo de esto…

-¡NO! No quiero que le digas nada a Celia…- me dijo gimoteando.

-Está bien… ¿Puedo saber el por qué? 

-No quiero que se preocupe…Ella ya lo pasa bastante mal… No puedo dejar que lo pase peor por mi culpa, no sería justo cargarla con mis problemas…-dijo mientras las lágrimas no paraban de rodar por sus mejillas. 

-Mira, yo no voy a llamar a Celia y prometo no decirle nada, pero a cambio tú te vas a tranquilizar hasta que lleguemos a mi habitación. Allí vamos a hablar de esto hasta que no necesites desahogarte más. 

No me respondió, simplemente se limitó a secarse la cara con las mangas y a caminar arrastrando los pies hasta mi habitación. Una vez allí, nos sentamos en mi cama y hablamos.

-No quiero, no puedo con más tratamientos, están acabando conmigo. Son demasiado fuertes, hacen que vomite, que mi piel pierda color, que mis ojos dejen de brillar, me hacen sentir auténticamente mal, ¿qué voy a hacer ahora que me van a aumentar las dosis? ¿Y si al final tienen que quitarme la pierna? Con ella se irán mis sueños, mis esperanzas, ¿cómo jugaré a baloncesto? ¿Y si jamás me recupero? Kyle, estoy acabado…-dijo y empezó a llorar, sin miedo, sin vergüenza, lloró con dolor, con sentimiento.- ¿Quién cuidará de Celia cuando yo no esté? – añadió en un susurro.

-No te tienes que preocupar por ello; además, creo que ella sabe cuidarse sola perfectamente. Pero estoy seguro de que te vas a recuperar, que no hará falta medidas tan drásticas como amputar, pero si hace falta hacerlo, ¿qué más da? Encontraras la forma de jugar al baloncesto. Y si no, saldrás adelante como lo haces siempre, porque eres alguien realmente fuerte, eres alguien genial. Y encontrarás un nuevo sueño, una nueva pasión y estoy seguro de que entonces sí que triunfarás. Y pensarás en el día de hoy, y te reirás, y te sentirás orgulloso de haber vencido este bache, ¿de acuerdo?

-Tienes razón- dijo mirándome y volviéndose a secar las lágrimas.

Con dificultad esbozó una sonrisa y se tumbó, hecho una bola, como si así pudiese protegerse del mundo exterior, en mi cama. 

-Y creo que esto deberías hablarlo con Celia…- le aconsejé.

-Celia es genial- dijo con cariño.

-Sí que lo es…

Volví a la realidad, al presente, tras haberme perdido en mis recuerdos. 

-¿Entramos ya? – me dijo Manu.

-Sí, vamos. 

El desayuno siempre era buffet, ponían cereales, galletas, fruta, leche, zumo y barritas de cereales en una mesa y cogías aquello que te apetecía. Era una manera de devolvernos la libertad que nos había sido arrebatada. Algún día nos sorprendían con tortitas, gofres o huevos con bacon y salchichas. Hoy, era uno de esos días, había una enorme pila de tortitas en la mesa, y a su lado había apilados siropes de distintos sabores. Yo cogí un plato y me serví tres y las acompañé con sirope de chocolate. Celia optó por el de fresa y a Manu le volvía loco el caramelo. Cuando ya todos nos habíamos servido, nos sentamos en nuestra habitual mesa. 

-Bueno, Kyle, empieza a desembuchar, cuéntanos eso que me ibas a contar afuera.-dijo Manu mientras que con ojos golosos extendía bien el caramelo por su preciada comida. 

-Bien, pues mirad…- les relaté todo lo ocurrido sobre el día anterior.

-Está bien, la doctora Cook se pasó un montón- dijo Manu algo molesto. 

-Tiene razón, ¿cómo puede hacerte revivir aquel día? – dijo indignada Celia. 

-Eso no me importa tanto, lo extraño es que cuando me enseñó la imagen de la muchacha, mi corazón dejó de latir, y después se desenfrenó.

Mis piernas flaquearon y mi voz salía entrecortada. 

-Kyle…-dijo Celia mientras miraba a Manu como haciéndole una pregunta mental a la que él asintió con la cabeza- Estás enamorado de esa chica. 

– Lo sé, pero ¿cómo se puede estar enamorado de un recuerdo? ¿De alguien de quien no sabes ni el nombre? ¿De alguien en quien cuando piensas, viene a tu cabeza la imagen de ella besando a otro hombre?

CAPÍTULO 5

Kyle

Justo ese día hacía ya medio año que llevaba en el hospital. Estaba a punto de finalizar el verano. Era la hora de decir adiós a las noches en vela e insomnio, a las mañanas calurosas en las que tu único aliado era el ventilador, a los besos prohibidos, robados o regalados, a tu amor de verano con el que seguramente habrías pasado horas andando, en la orilla del mar, cogido de su mano. Adiós a las aventuras, a recorrer lugares en los que jamás habías estado, a las películas en familia y el cremoso sabor del helado. Era hora, de iniciar una nueva etapa, un nuevo curso, era hora de volver a clase. La gente, ahora aprovechaba esos 10 días que les quedaban, para hacer cosas antes de que fuera demasiado tarde, antes de que la presión de los estudios se lo impidiera. Yo miraba por la ventana de mi habitación a la gente que había afuera de aquel hospital, en la calle, viviendo su vida.

-¡Kyle! Vamos a comer, ¿vienes?- me dijo Celia gritando desde el otro lado de la puerta de mi habitación. 

-Sí, ya voy, un momento que me calzo. – le respondí. 

Abrí la puerta y me encontré a una Celia sonriente agarrada del brazo de un Manu igual. Celia vestía unos vaqueros y una blusa que tenía bordado un unicornio. Como de costumbre llevaba su pañuelo, aunque esta vez era diferente, era verde, el color de la esperanza. Tenía suaves destellos amarillos que recordaban a estrellas. Manu, a diferencia de su colorida acompañante, iba vestido con unos pantalones pirata negros y una camiseta del «Estudiantes». 

-¡Hola, chicos!- les dije.- Me alegra ver que estás mejor, Manu.

Manu llevaba varios días con arcadas y dolores debido a la intensificación de su tratamiento.

-Sí, la verdad es que hoy me encuentro relativamente bien. Y, además, ayer mis padres vinieron a verme, me dijeron que el médico les había dicho que al fin estaba mejorando. 

-¡Sí! Qué orgullosa estoy de ti- dijo Celia dando saltitos y abrazando su brazo. Su sonrisa llegaba desde una oreja hasta la otra, como una luna, como una barca. En esos momentos, ella era la personificación de la felicidad en estado puro. 

-Me alegro mucho, tío- le dije dándole un golpe en el hombro.- Eso hay que celebrarlo, ¿eh? 

-Claramente, yo también lo había pensado. ¿Queréis venir a dormir a mi habitación esta noche?

– Por mí genial.

-Pero Manu…Sabes que eso está prohibido. – dijo Celia algo insegura. 

-¿Y? Las normas están para saltárselas- nos dijo guiñándonos un ojo y comenzó a andar en dirección al comedor. 

Celia y yo le seguimos. Al entrar en el comedor fuimos a nuestros sitios. Uno en uno nos fuimos levantando para pedir nuestra comida y volvernos a sentar de nuevo. Rápidamente acabamos nuestros platos y limpiamos la puerta para salir a la entrada. 

-Ahora ¿qué hacemos? ¿Damos una vuelta?

-Yo casi prefiero ir a mi habitación a dormir un rato, estoy cansado la verdad- dijo Manu algo pálido. pero con su enorme sonrisa habitual. – Luego os veo. 

Y tras decir eso le dio un abrazo a Celia y me revolvió el pelo y se fue corriendo. 

-Si quieres podemos ir un rato a mi habitación, sé que no soy tan divertido como Manu, pero la intención es lo que cuenta. 

-Mmm…¿otro Manu? No gracias- dijo riendo y nos fuimos a mi habitación.

Al llegar abrí la puerta y ella se sentó en la cama. Mi habitación estaba bastante ordenada, sobre todo en comparación con la de Manu. Mi cama estaba situada al lado de la ventana, el pijama reposaba bajo la almohada y la sábana estaba estirada. Un póster de mi TØP estaba colgado en la cabecera, y había algunos posters más esparcidos por la pared de mis grupos, cantantes, series, famosos y actores favoritos, como Sherlock, Fernando Torres, Cara D’leveinge y muchos más… También, en una maceta, con sus suaves pétalos amarillos, extendidos hacia el sol, buscando sol, calor, la verdad es que yo a menudo pensaba si hacía eso con el propósito de conseguir sentir algo, el girasol que me había traído mi madre.

-Vaya, has recogido tu habitación, la última vez que vinimos esto era una leonera. – me dijo sorprendida. 

-Emm… ¿gracias?

-¡Jajaja! Un placer, bueno, ¿qué hacemos? – me preguntó.

-No sé, podemos hablar, jugar a algún juego de mesa que me ha traído mi madre, ver una película​ en Netflix…

-Sí, una peli, ¿has visto la de «El club de los incomprendidos»? Es preciosa.- me dijo dando saltitos.

-Pues no se hable más, vamos a verla.

Y tras decir eso saqué mi portátil de mi mesilla y me conecté a Netflix, puse la película y nos tumbamos en mi cama a verla. La verdad es que estaba muy bien, y me hizo pensar. Yo solía sentirme también como un incomprendido, como si no encajase al 100% en ningún lugar, como si nadie realmente me acabase queriendo.

-Oye, ¿te has dormido?- me dijo Celia sacudiéndome el hombro.

-¡Que va! Estaba pensando.- dije abriendo los ojos. Y era verdad, estaba pensando, solo que mis párpados habían ido bajando lenta e inconscientemente.

-Sí, claro…Lo que tú digas. Al menos ¿te está gustando la peli? 

-La verdad es que me encanta- dije y pude ver de reojo cómo sonreía triunfante.

Después, centre mi mirada en la película, para ver cómo la amiga de la protagonista, la pillaba besándose con el chico del que ambas estaban enamoradas. Y ahí estaba, un desamor, algo propio. Un corazón roto, lágrimas precipitándose por su rostro. Y el sentimiento de traición, de ira, de rabia, de rechazo… Se le veía en la cara, en los ojos, en su forma de caminar y apretar los puños con fuerza al hacerlo. Y pensé, ¿volvería a ver yo a la chica de cabellos rubios que seguramente me había robado el corazón en algún pasado?

-Qué bonito es el amor…¿no crees?- me dijo Celia ilusionada y sonriente. 

-Yo es que ya no creo en el amor.

-¿Y eso? ¿Cómo puedes creer eso? – dijo mirándome boquiabierta.

-Bueno, al menos no creo en el amor de película, pero, por ejemplo, soy fan del amor que tenéis tú y Manu. 

Al decir eso vi cómo sus mejillas se encendían, cómo sus manos empezaban a tamborilear nerviosas y cómo abría los ojos. 

-¿Q-q-ué dices? – me preguntó nerviosa. 

-Mira, entiendo que no me lo quieras contar, que no quieras hablar del tema, pero yo estoy seguro de ver el brillo en tus ojos al verle…-Justo entonces la película finalizó y la musiquilla de los créditos me interrumpió.

Un incómodo silencio tomó lugar en la habitación. 

-Bueno, me voy que dentro de nada es la hora de la visita y va a venir mi madre con mi hermana pequeña. dijo ella al fin, y tras darme un fugaz beso en la mejilla se fue. 

Yo me quedé ahí, tumbado en mi cama, contemplando la nada, inmerso en mis pensamientos. Después de un buen rato, me levanté y me fui al mini-baño que tenía mi habitación. Decidí seguir el ejemplo de Celia y adecentarme un poco para la hora de las visitas. Cogí un peine y con ayuda de un poco de agua, conseguí domar mi despeinado flequillo y hacer que se viese decente. Luego, cogí unos vaqueros oscuros y un polo negro junto con una sudadera del mismo color en la que aparecía un dibujo de la calavera de «Pesadilla antes de Navidad». Consulté la hora en mi móvil, aún quedaba media hora para que llegase mi madre. Iba a guardar el móvil cuando me llegó un mensaje. Presione la pantalla.

Número desconocido: Abre la puerta, Kyle.

Extrañado, releí el mensaje de nuevo, y una vez más, y otra. Cuando ya la confusión y la curiosidad no pudieron más conmigo, abrí la puerta de mi habitación. Y al mirar para los lados, descubrí al final del pasillo una chica de largos cabellos rubios. Se acercó a mí, con paso veloz y decidido. Rozando el suelo con las puntas de sus zapatos como si se deslizase por una pista de hielo, casi parecía que volase. Cuando finalmente se paró frente a mí, comprobé mis sospechas… Era ella. El corazón me empezó a latir veloz, con fuerza, causando que mis piernas temblaran. La miré y traté de hablar, pero las palabras no salían de mi boca. Allí estaba, frente a mí, iluminándome con su presencia como si de un ángel se tratase. Y, para ser sincero, por un momento pensé que no era real, que lo que se encontraba frente a mí no era más que una alucinación, un desvarío de mi cabeza que me advertía que como no saliese pronto de aquel hospital me iba a acabar volviendo loco. Pero entonces, el suave tacto de su piel, de sus manos al rozar mi cara, al acariciarla con nostalgia me confirmaron que era real, que realmente se encontraba ante mí. Entonces, en sus ojos se encendió una estrella, que luego se convirtió en lágrima destellante, que bajó veloz por sus rosadas mejillas. 

-¡Hola, Kyle!, te he echado de menos.- me dijo con una voz aterciopelada. Con sus labios color fresa, que daban ganas de probarlos. Seguro que sabían a trozos de nube, a mariposas, a hermosos atardeceres, a la brisa de verano. Seguro que sabían dulces, como los caramelos y las piruletas, como el algodón de azúcar. 

-¿Q-q-quieres pasar? – le dije tartamudeando. 

Me aparté para dejarla pasar por la puerta. Ella entró, andando con soltura. Yo la seguí y nos sentamos en la cama, uno frente al otro. Me quedé mirándola. Era más guapa de lo que recordaba, traté de no mirarla fijamente a los ojos, pues sabía que si lo hacía me perdería en su azul celeste. Se había recogido el pelo de su larga melena en una alta cola de caballo, y eso hacía que se pudiese contemplar mejor el contorno de su cara. Tenía unos suaves pómulos que acababan en una fina barbilla. Vestía una blusa azul que resaltaba sus ojos y unos vaqueros que le llegaban por la pantorrilla. Se había maquillado, poco, pero,aún así, se la notaba el rímel y el brillo de labios.

-¿A qué has venido?- me atreví a preguntarle finalmente. 

-Sé que debes de estar enfadado…

-Pues la verdad es que en los seis meses que llevo aquí podrías haber venido a visitarme algún día.- le dije con frialdad y con cada palabra que pronunciaba notaba como mi corazón se estremecía de dolor. 

-Tienes razón, pero me daba miedo venir. Sentía vergüenza sobre lo que había hecho, y me ha costado verme capaz de poder mirarte a la cara. Pues, sé que todo esto es culpa mía, si no fuera por mí no estarías aquí…-dijo y realmente parecía que lo decía con dolor.- Sé que seguramente no recuerdes lo que pasó aquel día, sé que seguramente no recuerdes ni mi nombre, pero quería venir aquí para disculparme por lo que hice, para poder conseguir tu perdón y de ese modo callar mi conciencia de una vez.

Su disculpa hizo que se me quitase la máscara de frialdad e indiferencia. Y me entraron ganas de abrazarla y perdonarla, pero debía serle fiel a mis principios. 

-Mira, tu disculpa suena sincera, así que lo voy a pensar. Entiende que no puedo perdonar el que no hayas mostrado ningún interés en medio año por mí…

-No, eso no es lo que quiero que me perdones. ¿En serio no te acuerdas?

– No.

-Bueno, está bien, piénsalo y mándame un mensaje, necesito irme- dijo y salió huyendo, como tantos otros habían hecho al darse cuenta de que para mí ya no eran nadie.

CAPÍTULO 6

Celia

Me despedí de mi madre con un fuerte abrazo y le revolví el pelo a mi hermana. Ella para vengarse se puso de puntillas y me incrustó un beso baboso en la mejilla derecha. 

– ¡Uggg! … ¡Qué asco! – dije poniendo una mueca.

– Jajaja, te he llenado de babas, jajaja- me respondió, riendo y saltando. 

– Esto no va a quedar así, sabes que me vengaré.

– Pero yo tengo ya 8 años, ya puedo defenderme sola – me dijo y me sacó la lengua. 

– Anda Paula, vayamos y dejemos a tu hermana descansar, que lleva casi toda la tarde ya contigo – dijo mi madre cogiendo la mano de mi hermana. – ¡Adiós, cariño! Vendré a verte la semana que viene. ¡Cuídate, anda! 

Me dio un dulce beso en la frente y se fue con mi hermana. 
Si alguna vez alguien me preguntara qué es la felicidad para mí, sin dudarlo dos veces diría que mi hermana. Mi hermana es un rayo de sol, siempre ríe y sonríe, es la personificación de la alegría. Me preguntaba cómo sería en siete años, cuando entrase en la adolescencia. Estaba segura de que iba a causar sensación fuera donde fuera. Ella siempre había sido guapa, y seguramente siempre lo sería. A diferencia de mí, ella era muy parecida a mi madre, cabello rubio rizado y grandes ojos de color marrón caramelo. Además, era una chica muy auténtica, siempre decía lo que pensaba, sin rodeos. No trataba de adornar las cosas, decía las realidades, en positivo y en negativo. La verdad, yo esperaba que el futuro no la hiciera cambiar, que siguiera manteniendo esa divertida personalidad y aquella fuerte y permanente sonrisa.

Me levanté de mi cama y salí de mi habitación. Empecé a andar, sin una dirección fija, tan solo para saludar a la gente, para estirar las piernas. Por alguna extraña razón, la visita de mi hermana y mi madre me había cambiado el ánimo notablemente. No sé cómo, acabé rumbo a la habitación de Kyle. Había salido para estar sola, por esa razón no había ido a buscar a Manu. Pero, no sé por qué, algo me decía que debía ir en busca del chico de ojos verdes. El motivo por el que fui, la razón que guio mis pasos, podría llamarla de muchas maneras, destino, subconsciente… Lo que no varía fue lo que aconteció después. Cuando ya había llegado al pasillo de su habitación, una chica de cabellos rubios salió corriendo de ella. Iba tan apresurada que sin darse cuenta chocó contra mí, y las dos acabamos en el suelo.

-Lo siento mucho – se disculpó avergonzada.

-No pasa nada… – y mientras le decía eso pude ver que tenía su rostro inundado por las lágrimas. – ¿Estás bien?

-Sí, sí… No importa. – me dijo, pero su rostro contradecía sus palabras. 

No sé qué me llevó a tenderle mi mano, no sé por qué la invité a contarme lo sucedido, frente a las máquinas expendedoras de refrescos de la planta baja del hospital. Quizás fue mi instinto, el querer ayudar a alguien que se veía débil, quizás fue el universo que quería juntar nuestros caminos, quién sabe, quizás solo pasó, sin ninguna explicación, quizás solo la ayudaba por entretenerme con algo, es de esas cosas que por más que busques una única razón, encontrarás un amplio abanico de ellas. 

-Muy bien, ahora que te has tranquilizado, ¿quieres hablar de lo que te ha sucedido? Te he visto salir de la habitación de mi amigo Kyle. ¿Te ha hecho algo?

Y en vez de responderme, fueron las cascadas que volvieron a brotar de sus ojos las que me lo afirmaron. Y entonces, un fugaz pensamiento pasó por mi mente, el recuerdo de Kyle hablando de la chica que amaba. Hablando de su cabellera dorada y sus ojos brillantes y azules. Estudié el rostro de la chica que sollozaba frente a mí y no tuve duda alguna, debía ser ella. Y como si hubiera leído mis pensamientos me contestó:

-Sí, pero no es él quien ha roto el corazón de alguien; soy yo a la que en un pasado le juró eterno amor y yo rompí mis promesas, besando los labios de otro chico. Un beso prohibido que se llevó todos sus sueños y esperanzas de una vida junto a mí. Un beso que puso punto y final a la vida que conocía. 

Tardé varios segundos en comprender sus palabras, en procesar su confesión. Y lo hice, pero en ningún momento la juzgué, pues la comprendía y, además, se veía que había pagado el precio por su infidelidad. No hay peor castigo que nuestros propios remordimientos, nuestros oscuros pensamientos. Aquella chica se había enamorado de otra persona, y eso es algo de lo que no se la puede culpar. Nadie decide a quién pertenece su corazón, nadie es el autor de su historia impregnada de emociones. Era cierto que no había tenido el valor de confesar sus verdaderos sentimientos, pero ¿acaso ella tenía la culpa de no querer romper un corazón? Es más, ¿habría tomado yo la decisión correcta en su situación? Y es que a veces, hasta la solución más obvia se nos escapa, preferimos complicarnos en exceso. Por ejemplo, siempre hemos complicado el amor, este sentimiento es algo tan simple como alguien que quiere a otro alguien y viceversa. ¿Por qué tiene que haber terceras personas? ¿Por qué debe haber posesión? ¿Celos? Ojalá fuera tan sencillo como amar y ser amado, ¡ojalá todos pudiéramos encontrar al amor de nuestra vida y que este durase como poco, un para siempre. 

-Respira profundamente – la aconsejé para que se calmara. 

-No, yo…Debo salir de aquí… Dile a Kyle que realmente espero que algún día acabe recordando y pueda finalmente perdonarme… Debo irme. -me dijo agobiada. Realmente me daba lástima.

-Antes de que te vayas, ¿me podrías decir tu nombre? – y es que, aunque me hubiera abierto su alma y me hubiera confesado aquello que más perturbaba su corazón, aún no podía llamarla de ninguna manera, no sabía quién era. 

Rápidamente, en un susurro, el viento me trajo a la oreja las letras de su nombre. Se posaron en mi oído y ella se fue, sin dejar rastro, como si tan solo fuera un recuerdo que se había desvanecido. Enseguida me sentí incómoda en aquel lugar, donde hacía un par de minutos había estado ella llorando en mi hombro y contándome sus penurias. Me fui de allí, y no sabía qué rumbo tomar, ¿iba a ver a Manu para contarle lo sucedido?  ¿O sería mejor ver a Kyle? Finalmente, decidí tomarme un rato sola, me dirigí a mi habitación. Al llegar allí, me deshice del vestido morado que me había puesto para recibir a mi madre y vestí mi cuerpo desnudo con un pijama de unicornios que me habían regalado por reyes el invierno pasado. De entre todos mis pijamas, aquel era sin duda alguna mi favorito. No solo por aquellos animales mitológicos que adornaban su algodón, sino porque era calentito y acogedor. Junto con las sábanas me había protegido las noches heladas de invierno y las noches de verano en las que el frío era causado por mis propios pensamientos. Era suave al tacto, así que siempre lo acariciaba, como si fuera un pequeño gatito, hasta caer rendida, hasta dejar que los sueños tomaran la posesión de mi cuerpo. Yo siempre he pensado que los sueños nos muestran nuestros mayores deseos, nos muestran situaciones alternativas a nuestras vidas, nos ayudan a tener un instante de paz antes de empezar un nuevo día. Una vez leí un libro llamado «Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo». Fue un libro que me enganchó en sus páginas, realmente me enamoré de él, pero había una cosa que me llamó la atención, la gente pagaba grandes cantidades de dinero a cambio de una inyección que les librase de la carga de necesitar dormir, eso realmente causó un debate en mi cabeza y me pregunté a mí misma, ¿yo compraría esa inyección si tuviera la oportunidad de hacerlo? Pasé varias noches en las que no pensaba en otra cosa porque, por un lado, librarse del peso de tener que dormir cada noche, poder contemplar las grandes maravillas nocturnas y pasarte noches enteras contando las estrellas que adornan el oscuro cielo, ya no tener que limpiarte las legañas nunca más. Pero, por otro lado tampoco, ¿vivir un día eterno? Pues estoy segura de una cosa, perderías la noción de tiempo, atrapado en un día eterno, que jamás empieza y jamás termina. Entonces, oí unos golpes tras la puerta. 

– ¡Celia, soy Kyle! ¿Estás despierta? – gritó una voz desde el otro lado de la puerta. 

En vez de contestar me limité a levantarme de la cama y abrirle la puerta de mi habitación. 

– Pasa – le dije. Sé que puede sonar algo seco, pero en esos momentos lo que menos me apetecía era hablar con nadie, y mucho menos con él. Aunque no fuera el culpable realmente de la historia que me había contado la chica de cabellos rubios, no podía evitar echarle en cara el llanto que había presenciado horas antes. Aún notaba mis hombros humedecidos por sus lágrimas y oía su acelerado corazón palpitando con fuerza. 

Kyle entró y me miró, nos sentamos en la cama como él propuso y así poder hablar tranquilamente. 

– Antes de que digas nada, sé lo que ha pasado – le solté antes de que pudiera articular palabra. – Me la encontré llorando en el pasillo y hablamos un rato. 

-Lo sé – dijo y eso me sorprendió. – He estado hablando con ella por WhatsApp, me ha pedido que te diera las gracias. A eso vengo, a eso y a pedirte un favor, quiero que me cuentes lo que te ha dicho.

– ¿Por qué iba a hacer eso?

– Porque somos amigos y necesito recordar. Estoy convencido de que algo de lo que te dijo me ayudará a llenar la laguna que tengo en la cabeza sobre aquel turbio día. 

– Okay – le dije al fin.

– Vale, empecemos por el principio, ¿te ha dicho su nombre?

-Sí – y casi en un susurro le dije el nombre de la chica que tanto amaba – Su nombre es… May.

CAPÍTULO 7

Kyle

-Su nombre es May – me confesó Celia. 

May… Tres letras, tan solo tres letras, que al juntarlas causaban en mí todo un universo de emociones. Sentí como si el mundo empezara a dar vueltas a una velocidad de vértigo, como mi estómago empezara a revolverse y como si millones de recuerdos cruzaran mi mente. Me tumbé en la cama, cerré los ojos y… Oscuridad. 

Estaba yo rodeado de cientos de kilómetros de oscuridad, de vacío. Pero entonces, una luz me cegó, no sabía de dónde provenía, pero cuando cesó, vi que el escenario en el que me encontraba había cambiado. Me encontraba en un parque, con olor a hierba fresca, ese olor característico que a todos nos gusta tras la lluvia. Los árboles habían perdido sus hojas, y el aire era helado. Giré sobre mí, buscando el motivo que me había llevado hasta allí. Y entonces lo vi, May se acercaba hacia mí corriendo con una enorme sonrisa en el rostro y los brazos estirados dispuestos a envolverme en un cálido abrazo. Yo no pude reprimir la sonrisa y estiré los brazos también, para recibirla con cariño y dejar que nuestros cuerpos se fundiesen en aquel acto de amor. Pero, pasó algo; su rumbo cambió; no era a mí a quien dirigía el abrazo, sino que se abalanzó sobre un muchacho de cabello marrón recogido en una coleta y con cuerpo atlético. Le envolvió en sus brazos, y luego, el ambiente se caldeó y empezaron a regalarse besos y caricias. Yo quería gritar, preguntar quién era aquél y pedir explicaciones sobre lo que estaba sucediendo, pero de mi voz no salía ni una palabra. Quise correr hacia ellos e interrumpir su momento, pero no podía moverme, ¿por qué narices ocurría eso? Y entonces lo entendí, solo hizo falta ver como la chica levantaba la cabeza y miraba con horror en mi dirección. Giré la cabeza para ver qué había tras de mí, qué era lo que tanto horror causaba a la muchacha, y entonces me vi a mí, a un pasado yo. Mi pelo estaba alborotado como de costumbre, pero no tenía cicatrices ni heridas. Vestía unos vaqueros negros y una camiseta de BMTH. Los ojos se me veían realmente verdes y brillantes, quizás fuera por el efecto que causaban las lágrimas que se habían acumulado ahí y ahora salían, mi expresión era un auténtico gesto de dolor. Entonces, entendí todo, me encontraba encerrado en un recuerdo, reviviendo aquel momento clave, que sería uno de los que habían causado mi muerte. 

– Kyle, déjame explicártelo- dijo May en un sollozo. 

– Creo que está todo muy claro – chilló mi antiguo yo y salió corriendo tratando de ocultar las lágrimas que ya no podía detener por más tiempo. Cerré los ojos y al abrirlos me encontraba de nuevo en la habitación de Celia.

– Kyle, ¿se puede saber por qué no me contestabas ni has sido capaz siquiera de abrir los ojos hasta ahora? – me dijo con un tono de preocupación y enfado. 

Yo no le contesté, simplemente hice lo que más necesitaba en esos momentos, llorar. No tuve vergüenza, tan solo quería descargarme, y empecé a dejar que el agua saliera de mis ojos y que mi cuerpo se sacudiera con algún que otro temblor. Celia se quedó petrificada a mi lado, mirándome, sin saber qué hacer o decir; este llanto al parecer no entraba en sus planes. Finalmente, optó por envolverme con sus cálidos brazos y ofrecerme su hombro para llorar. Y yo, agradecido, lo acepté, apoyé mi cabeza en su hombro y lloré. Perdí la noción del tiempo, así que no sabría bien cuánto tiempo estuvimos ahí, abrazados, sin hablar, porque hay momentos como este en los que las palabras sobran. Cuando al fin los grifos de mis ojos se secaron, me separé de Celia y me senté recto en la cama. 

– Kyle… – Dijo ella en un susurro – ¿Qué ocurre?

– Ella… Lo he recordado. 

– ¿Qué has recordado? 

– Que ella fue una de las razones por las que intenté suicidarme.

– Cuéntame la historia, Kyle, hagamos juntos este rompecabezas – me dijo ella convencida, yo pensaba que se asustaría al escuchar mis palabras, pero no, ella seguía allí firme, sin inmutarse. 

-Le pedí salir un 20 de junio, yo estaba completamente enamorado de ella. No recuerdo cuántas horas pude pasar frente al espejo, pensando qué decirle para que accediera a ir al cine conmigo. Finalmente, me armé de valor y aquel último día de clase le pedí salir. Sorprendentemente, aceptó. A los tres días, fuimos a ver la película que ella eligió, donde ella eligió y después cenamos lo que ella eligió. A mí no me importaba que fuese ella quien decidiera todo; compartir esos momentos en su compañía para mí era suficiente. Ese mismo día le pedí ser mi novia, y su respuesta fue un dulce beso, mi primer beso. Pasamos casi todo el verano juntos; en septiembre tuvimos nuestras crisis, y conseguimos superarlas. Pero lo bueno siempre acaba, y así ocurrió esta vez: fui a buscarla al parque para darle una sorpresa, ese día hacíamos ya cinco meses, pero al llegar vi la imagen más horrible que podía haber visto, se estaba besando con otro chico. Yo no sabía qué estaba ocurriendo, me pellizqué esperando que solo fuera una pesadilla, pero no desperté. May me vio y trató de explicármelo, pero yo salí corriendo de ahí, pues, aunque quería conservar mi orgullo y si me veía llorar perdería toda mi dignidad. Esa misma tarde, traté de poner punto final a mi vida.

– Kyle… Yo… yo, no tenía ni idea, lo siento, ¿estás bien? – me dijo Celia con una voz tristona pero cálida. 

-Sí, no importa, aunque estoy seguro de una cosa, y es que ella no tiene toda la culpa de que me tirara, estoy seguro de que hubo más razones.

-Kyle, te prometo que te ayudaré a encontrarlas. Prometo ayudarte a descubrir tu pasado.

CAPÍTULO 8

Kyle


Me encontraba frente a mi doctor, en su despacho. Él me estaba estudiando con la mirada, traté de preguntarle el motivo de mi estancia allí, pero no me contestaba, directamente no vocalizó palabra alguna desde que yo entré por la puerta. Parecía absorto en sus pensamientos, como si estuviera en un profundo debate mental. Finalmente, dijo un simple:

-Toma asiento, por favor. 
Giré mi cabeza y busqué a mi alrededor una silla que se viera mínimamente cómoda, no hubo suerte, así que me limité a sentarme en una silla negra de plástico que había a mi lado. 
– ¿Por qué me ha llamado? – me atreví a volver a preguntar.
-Tenemos un tema muy importante del que hablar…- dijo, y se paró como si estuviera buscando las palabras perfectas para explicar aquello por lo que había pedido mi asistencia.
-De acuerdo – le contesté al ver que no decía palabra alguna, y me limité a esperar su respuesta. 
-Bueno…Hemos analizado los resultados de las pruebas que hemos llevado a cabo las últimas semanas- dijo al fin -. Y hemos llegado a una decisión… En cuatro días empiezan las clases, así que es imposible que te incorpores a un grupo tan rápido, pero hemos decidido que a partir de octubre comenzarás a asistir a clase en tu nuevo instituto. Mientras tanto, recoge tus cosas, pasado mañana vendrá tu madre a buscarte para llevarte a casa. Pensamos que es bueno que te acostumbres a tu hogar antes de meterte la presión de comenzar a estudiar de nuevo. Claro está, deberás seguir viniendo aquí semanalmente y seguirás teniendo citas en la habitación verde con la psicóloga. Además, pensamos que un cambio de escenario vendrá bien para que sigas recuperando algunos de tus recuerdos. ¿Qué te parece?
Forzó una sonrisa y eso solo hizo que yo apretara más los puños; estaba furioso. 
-¿Que qué me parece? Me parece que habéis tomado una decisión sin preguntarme tan si quiera, cuando yo soy el más influenciado. 
-Por favor, tranquilízate Kyle -dijo él – Además, te estoy preguntando ahora.
-No, no me ha preguntado, tan solo me lo ha afirmado, me ha explicado la planificación de mi vida, con la intención de que yo le escuchara y acatara sus instrucciones. ¿Acaso no debería de ser yo quien decidiera si estoy o no listo para llevar a cabó ese gran paso al que me queréis someter? 
Se quedó callado, y yo me apoyé en la silla ya más relajado. Me miró sorprendido, se notaba que no esperaba aquella pequeña rebeldía por mi parte. 
-¿Cuándo crees que estarás listo para llevarlo a cabo?- me preguntó mirándome fijamente a los ojos.
Ahora el sorprendido era yo, no me esperaba que me preguntará mi opinión, pensaba que se limitaría a regañarme por mi falta de respeto al levantarle la voz. 
-Yo…Yo…- dije y tosí para aclararme la garganta – Pido una semana de tiempo para despedirme y recoger mis cosas con calma.
-Así será, en 7 días volverás a casa, no se hable más. Ya puedes irte.
Salí de aquel despacho con paso firme, sin devolverle la despedida, estaba ocupado procesando aquel encuentro. Volví la vista atrás y me sorprendió lo rápido que se me había pasado aquel tiempo en el hospital, y para ser sincero, aunque al principio mi único deseo había sido salir de ahí, ahora me daba pena marcharme. Me dolía tener que despedirme de Celia y Manu. Aunque…El doctor había dicho que yo tendría que seguir viniendo aquí regularmente, podría verles, aunque no sería lo mismo. Tenía sus números, así que podría escribirles y así no perder el contacto, sonreí al pensar en aquello. 
Los días pasaron con rapidez, sin darme cuenta ya me encontraba terminando de empacar mis cosas. Al día siguiente partiría, solo me quedaba una última noche allí. Celia, Manu y yo habíamos decidido pasar aquella última noche juntos, sin hacer caso de las normas que nos indicaban que cada uno debíamos dormir en nuestras respectivas habitaciones. Terminé de cerrar los broches de la maleta y me senté en la cama, me sentía cansado y los pies me pesaban como si acabase de correr una maratón. Finalmente, me recosté y me quedé contemplando el techo de mi habitación. Pensé en quién ocuparía aquel espacio cuando yo partiera, quizás una sonriente niña de rizos pelirrojos y pecosa durmiese en aquella cama en un par de semanas. Puede que un niño cuyo sueño es ser futbolista y con un pijama a rayas llorase sus penas en la misma almohada que yo en esos momentos estrechaba con fuerza entre mis brazos, quién sabe.

-¡KYLEEE! NOS VAMOS A CENAAAAR, ¿HAS ACABADO YA DE EMPACAR?-me gritó Celia desde el otro lado de la puerta.

-Sí, ya voy.

Apresuradamente me levanté de la cama y me acerqué al espejo para peinarme un poco el pelo con los dedos. Después, a una velocidad que yo creía imposible, me calcé y cogí mi chaqueta ya que en aquella noche de septiembre se había colado una brisa que me causaba escalofríos y me destemplaba. Abrí la puerta y vi a mis amigos, sonrientes y dados de la mano como de costumbre. Celia se había maquillado un poco en honor a aquella última noche en mi compañía. Se había echado una base que la hacía un poco más morena, se había dibujado la raya perfectamente y se había puesto un poco de su pintalabios favorito, era rosado mate y según ella sabía a galleta. Vestía un bonito vestido floreado de tirantes que cuando giraba la falda se alzaba en vuelo y creaba ondas alrededor de ella. Estaba realmente guapa. Manu iba vestido con unos pantalones pirata y una camisa de manga corta con dibujitos y…

-No puede ser – le dije a Manu flipando – No pensaba que serías capaz.

-Es tu última noche, te dije que lo haría y yo soy un hombre de palabra.

Manu llevaba una enorme pajarita atada por el cuello de su camisa de un color rosa fosforito y con puntos verdes que parecían guisantes.

-Tío, eres mi ídolo – le dije dándole una palmada en la espalda.

-Pues sinceramente al llevar esa pajarita para mí has perdido todo el respeto que te tenía – dijo Celia poniendo los ojos en blanco.

-¡Hala!, qué cruel eres conmigo, creía que me querías – dijo Manu colocándose la mano en el pecho como si una bala le acabara de dar.

-Sí, si te quiero mucho, pero sin ese espanto en tu cuello – dijo Celia riendo y empezó a andar acelerada en dirección al comedor.

-¡Celia ¡¡No vayas tan rápido! – le gritó Manu.

-Es que me das vergüenza ajena, paso de que me vean con vosotros. Kyle, deberías de hacer como yo.

Pude ver como Manu la sacaba la lengua.

-Oye…a Celia siempre hay que hacerle caso, sobre todo cuando tiene razón.- le dije a Manu y salí corriendo tras Celia.

Pude ver como él me sacaba el dedo del medio y después corría para perseguirme. Llegamos al comedor en un tiempo récord, cada uno cogió su bandeja y nos sentamos en nuestra mesa.

-Qué morro tienes, Kyle – suspiró Celia mientras ponía una mueca de asco al meter la cuchara en lo que se suponía que era puré de zanahoria – Ya te libras de esto.

-Si no esta tan ma,l anda, no exageres – dije metiéndome una cucharada de puré en la boca. Nada más ese líquido grumoso tocó mis papilas gustativas me entraron ganas de vomitar, así que cogí mi vaso de agua y empecé a beber con el propósito de quitarme ese regustillo a vómito de la boca.

-Decías…- me dijo Celia levantando una ceja y con una sonrisilla picara.

-Vale, como siempre tienes razón, esto es tóxico. Lo siento por vosotros, realmente me dais pena.

-Míralo por el lado bueno – dijo Manu – quizás con esta cosa que llaman comida, pero que estoy seguro de que es tóxica tengan que hacerte un lavado de estómago y te quedes aquí con nosotros otro mes.

-Puff…¿Aguantaros 30 días más? Prefiero no arriesgarme – dije apartando la bandeja de mí.

-Bueno, dejando nuestras críticas sobre lo que aquí llaman comida, ¿cómo hacemos lo de esta noche? – dijo Celia  antes de que Manu pudiera replicarme algo.

-Buena idea – le contesté- A ver, al acabar la cena cada uno iremos a nuestras habitaciones como de costumbre, os acostaréis con ropa pero arroparos bien por si algún doctor le da por ahí y va a desearos las buenas noches…

-Después, a la 1:00 am te mandaremos un mensaje y lentamente iremos a tu habitación…

-Pasaremos la noche ahí y si alguien entra nos esconderemos en tu armario ya vacio.

-¡Genial! – exclamo Celia mientras se levantaba de la mesa y cogía su bandeja ya vacía – No vemos luego, chicos.

Cada uno nos levantemos de nuestros respectivos sitios y nos dirigimos a nuestra habitación. Yo me vestí con un pijama limpio que tenía, era una camiseta negra en la que estaba dibujada la cabeza de Jack Skeleton de la película ‘’Pesadilla antes de Navidad’’ y unos pantalones negros muy finitos pero muy calentitos. Me lavé los dientes y me cepillé el pelo, después me acosté y cogí mi móvil para leer los mensajes, casi todos eran de mi madre.

Mamá: Hola, cariño, recuerda que mañana a las 10 en punto me paso a recogerte, un besito y descansa.

Kyle: Vale, hasta mañana.

También tenía un mensaje de May, pero a ella preferí no contestarla, ni tan siquiera leerla, no habíamos vuelto a hablar desde aquel día que me salió llorando de mi habitación tras venir a visitarme. Yo había decidido borrarla totalmente de mi vida y la verdad es que no estaba siendo fácil, pero cuanto más duro es el camino más gratificante la victoria. Me encontraba cansado así que no tarde en quedarme atontado entre las sábanas de mi cuarto. Estaba a punto de introducirme en el mundo de los sueños cuando mi móvil vibró anunciando que tenía una nueva notificación. Con pereza bostecé y alargué la mano hasta coger mi móvil, encendí la pantalla y la desbloqueé. Miré la hora, era la 01:02am. Las notificaciones eran del grupo que teníamos Manu, Celia y yo.

Celia: Ya voy para allá, vete abriendo la puerta y déjanosla entornada.

Manu: Lo mismo digo chicos, adrenalina al 100%

Celia: Pues menos adrenalina e intenta no cagarla.

Los mensajes eran de hace un par de minutos así que ya estarían a punto de llegar, me levanté apresuradamente y abrí la puerta con sigilo. No tardaron en aparecer mis amigos por la puerta. Nada más pasar la cerraron tratando de no causar ruido alguno. Celia encendió la linterna que llevaba consigo para alumbrar la habitación, ya que encender la luz llamaría demasiado la atención y sería un auténtico y estúpido error.

-Bueno, chicos, que comience la fiesta, ¿no? – dijo Celia con una sonrisa de oreja a oreja.

Celia dejó la linterna fija y Manu encendió la suya. Las pusieron cada una en una esquina de la habitación apuntando hacia el centro de tal manera que todos nos pudiéramos ver. Celia ya se había quitado el maquillaje de su rostro y ahora lucía un precioso camisón lila semitransparente, se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes blanco como ropa interior, de esa manera no se la veía ni un centímetro de piel que no formara parte de una de sus extremidades.

-Bueno, ¿cuál es el plan? – dijo Manu emocionado.

-Improvisemos – propuso Celia.

Y así pase mi última noche en el hospital, entre risas, bromas y juegos con los únicos verdaderos amigos que recordaba haber tenido jamás.

Serían como las 4:00 am cuando finalmente el sueño nos venció y caímos rendidos, bueno, me corrijo, Celia cayó rendida. Manu y yo decidimos bebernos un par de coca-colas para que no nos ocurriera la mismo. Dado que Celia se había quedado dormida en el suelo en una posición que solo a la vista resultaba incómoda, Manu y yo la subimos a la cama y la tumbamos de manera que estuviera más cómoda. Entonces, hizo algo que nadie nos esperábamos, entre babas que se le caían por la comisura del labio susurro el nombre de Manu.

-¿Has oído eso? – preguntó Manu sorprendido -O tanta Coca-Cola me está volviendo loco o acabo de escucharla pronunciar mi nombre entre sueños.

-Lo que has oído no es producto de tu imaginación, es un hecho real que yo también acabo de presenciar, creo que lo mejor es que la dejemos dormir en paz – dije y nos sentamos apoyados en el armario ya vació de mi habitación.

-Está muy mona cuando duerme la verdad, nunca la había visto tan inofensiva –  dijo Manu sin apartar la mirada de nuestra amiga plácidamente dormida.

-Sí, parece realmente delicada cuando esta así, prométeme que cuidarás de ella cuando me vaya.- le pedí.

-Claro que sí, eso siempre.- me prometió.

-Y por favor, no le hagas daño.-dije refiriéndome al dolor que la causaría a Celia si Manu no sintiera lo mismo que ella.

– ¿Por qué iba a hacerlo? ¿A qué te refieres? ¡Es mi mejor amiga! – exclamó.

-Vale, vale. Baja el tono. No puedes entender ahora a lo que me refiero, pero algún día lo harás.

-Odio cuando te pones tan misterioso y filosófico – dijo riendo.- Se te va a echar de menos, tío.

-Yo a vosotros igual, pero nos seguiremos viendo ¿eh?, que no me libro de las sesiones psicológicas – dije poniendo cara de fastidio.

Y nos quedamos hablando, de la vida, de baloncesto y de cosas que ya ni recuerdo, hasta que finalmente caímos en los brazos de Morfeo. Aquella fue mi última noche en aquel hospital y esperaba que estos recuerdos jamás me abandonaran.

CAPÍTULO 9

Kyle

A la mañana siguiente me levanté con el hombro entumecido dado que Manu llevaba apoyado en él durante toda la noche.  Me desperecé y bostecé fuertemente, causando que Manu también abriera los ojos. Celia no estaba en la cama, por lo que deduje que se habría levantado y estaría aseándose en el cuarto de baño. No me equivoqué, ya que al rato salió Celia ya vestida y aseada con su habitual sonrisa de oreja a oreja y con un aire feliz que hizo que me espabilara definitivamente y  me levantara del suelo en el que había dormido. 

-Buenos días, Kyle – me dijo canturreando y se acercó para darme un leve beso en la mejilla de buenos días.

-Buenos días – le dije algo sonrojado por aquellas muestras de cariño a tan temprana hora de la mañana – Te noto de buen humor.

-Sí, no sé por qué lo estoy, presiento que hoy va a ser un buen día. Además, es tu última mañana aquí, no debemos pasarla de morros.

-Tienes razón…

-Menuda novedad…- dijo y soltó una risita.

-Buenos días, chicos – dijo Manu que al fin había conseguido espabilarse mientras se rascaba los ojos quitándose las pequeñas lejanitas que se le había formado en los ojos.

-¡Buenos días, Manu! – dijo Celia a la que se le ensanchó la sonrisa aún más – ¿Qué tal has dormido?

»Manu, dios mío, como no te hayas dado cuenta de lo que siente Celia hacía ti creo que voy a llamar a un médico para que te revise la vista porque, vamos, eso o te pego una bofetada,  a ver si de esta forma espabilas, genio». Y es que, por muchas veces que lo haya dicho ya, jamás me cansaré de repetir lo mucho que me fascinaba el brillo en sus ojos al nombrar aquellas cuatro letras que forman el nombre del chico que se encontraba a mi derecha, como su voz se volvía más aguada a causa de la emoción y como sus dedos tamborileaban por los nervios.

-¿Qué tal habéis dormido, chicos? – dijo él levantándose definitivamente del suelo.

-Yo, genial, la verdad. Muchas gracias por llevarme a la cama, chicos, me di cuenta esta mañana.

-No hay de qué, chiquitina – dijo Manu y la tocó suavemente la mejilla como solía hacer.- Bueno chicos, no me echéis mucho de menos, pero voy al baño.

-Oh, ¿nos abandonas? Ya lloro por tu despedida – dijo ella a modo de burla.

Él nos lanzó un beso al aire y se metió en el baño, cerrando la puerta tras él. Nada más desapareció de nuestro campo de visión Celia me miró entusiasmada y soltó un gritito de felicidad y emoción.

-Y ahora ¿qué te ocurre? – le dije riendo.

-Ya lo sabes, así que para qué ocultarlo más…-dijo acercándose a mí y cogiéndome en el brazo para dar pequeños saltitos de emoción.- ¡Le has visto lo mono que está recién levantado! Aiii…hemos dormido en la misma habitación, no habré babeado mucho, ¿verdad?

-Jajaja, estás como una cabra – le dije entre risas.

-Puede, pero siempre seré un encanto.- dijo ella guiñándome un ojo.

-Bueno chicos, ya estoy – dijo Manu saliendo del baño.

-¿¡Ya!? – preguntó Celia asombrada.

-Claramente, normalmente hasta tardo menos.- confesó Manu orgulloso y divertido.

-Pero si no sé ni cómo te ha dado tiempo a vestirte, dime que al menos te has aseado un poco.

-Te dejo con la intriga, los misterios os gustan a las chicas, ¿no?

-Qué asco das – dijo Celia poniendo los ojos en blanco.

-¡Hala!, ya empezamos a insultar.

-Anda, chicos, voy a vestirme, ahora vuelvo – dije interrumpiendo su discusión y metiéndome en el baño.

Todos habíamos dejado nuestra ropa ahí la noche anterior, así que nada más entrar, cerré la puerta y cogí la camiseta y los pantalones que había colgado del perchero que habían colocado para las toallas. Eran unos vaqueros negros con las rodillas rasgadas y una camiseta azul oscura que tenía dibujada el símbolo de »greenday». Me lavé la cara y me peiné el pelo con los dedos. También me cepillé los dientes ya que no estaba muy conforme con mi aliento aquella mañana y salí de allí.

-¿Ves, Manu? Mírale a él como ha tardado, pero qué guapo y limpito viene – comentó Celia nada más me vio salir por la puerta.

-Basta ya, Celia, en serio, pareces mi madre – dijo él riéndose a más no poder.

-Pues mira, ojalá estuviera tu madre aquí para ver qué hijo tan cochino que tiene.

-Chicos, parecéis un matrimonio de ancianos – dije riendo.

-Ya le gustaría a él estar con alguien como yo – dijo Celia tocándose su cabellera imaginaria de manera que se notase que se estaba cotoneando.

-Lo mismo te digo, “mademoiselle”.-dijo él soltando un beso al aire.

-¿Ahora te nos has vuelto francés o qué?

-“Oui,oui” – dijo Manu asintiendo con la cabeza.

-¿Sabes decir algo más aparte de »si»? – dije riendo junto a Celia.

-Eh…pasapalabra – contestó él y abrió la puerta de mi habitación – El que llegue último es un pringado.

-Eso no vale – gritó Celia pero ya era tarde porque nuestro amigo había echado ya a correr.

Celia echó a correr y yo la imité, llegamos los tres exhaustos a la puerta del comedor. Claramente el primero en llegar fue Manu, que nada más llegar a la meta empezó a hacer comentarios sarcásticos sobre nuestra velocidad y forma física. La segunda en llegar fue Celia, ya que había comenzado a correr antes que yo, pero solo me ganó en la carrera por una milésima de segundo.

-Eres un tramposo – le acusó Celia a Manu con una mirada asesina.

-¿Yo? ¿Tienes pruebas? – me dijo con aire distraído.

-No, pero tengo un testigo – dijo Celia con superioridad mirándome y señalándome a mí. Manu se quedó mudo, seguro que no se esperaba aquella inteligente respuesta por parte de Celia.

-No hablaré a no ser que esté en presencia de mi abogado – dijo él sacándonos la lengua .

-Pero no te piques hombre – le dijo Celia riendo y dándole un cariñoso golpe en el hombro.

Finalmente entramos al comedor y nos servimos el desayuno. Cogí un par de tostadas y las unté con tomate y aceite. Celia en cambio se llenó un bol de cereales y Manu tomo un yogur y una manzana. Comimos sin apenas masticar o saborear, queríamos dar una última vuelta juntos antes de que vinieran a por mí. Nada más tragar el último bocado, nos levantamos apresuradamente y dejamos nuestras bandejas en sus respectivos lugares, aquella fue la última comida de hospital que pensé que degustaría.

Salimos a los patios traseros donde había una cancha de baloncesto y otra de fútbol y un pequeño espacio cubierto de hierba. Nos sentamos ahí, contemplando la pared trasera de aquel edificio blanco al que llamábamos hogar, aunque, a partir  de aquel día yo sería un mero invitado más. Celia estaba sentada al lado de Manu, su mano estaba apoyada en sus rodillas, pero se le notaba cómo moría de ganas por dejarla caer contra la de Manu, que sobre la hierba reposaba a menos de un 1 metro de Celia. Debe de ser difícil estar enamorada de tu mejor amigo…

-Oye, Kyle, ¿quieres que echemos un último partidito antes de que nos abandones? – preguntó el moreno que llevaba ya un rato contemplando la cancha con deseo. 

-Claro, ¿preparado para perder? – le dije con una pícara sonrisa y aires de grandeza. 

-¿¡Cómo?! – dijo él molesto, sabía que actuaría de aquella manera, el baloncesto para él era sagrado.- Prepárate para tragar tus palabras, listillo. 

Decidimos que Celia haría de árbitro ya que no quería jugar, no insistimos mucho ya que en el fondo ambos sabíamos que preferíamos que fuera un 1 contra 1. Ya no era un simple juego, se había vuelto algo más personal, la última jugada, la definitiva. La primera canasta la metió Manu, seguida de una mía. Llevaríamos ya una media hora de partido cuando Celia declaró que el que marcara el siguiente punto ganaría el partido. Ambos estábamos empapados por el sudor y nuestra respiración era irregular y pesada, además, el sol brillaba en lo más alto, causando que el calor se multiplicará por dos y cansándonos mucho más.  Manu fue más rápido que yo y me quitó la pelota en cuanto di el primer bote. Vi cómo se alejaba de mí a la velocidad de la luz y cómo botaba la pelota con una agilidad sorprendente, como si se tratase de una parte más de sus extremidades, como si formase parte de su ser. Al verlo a pocos metros de la canasta supuse quién había ganado la partida. Manu con un rápido movimiento se impulsó hacia arriba, lanzó la pelota y… ¿¡FALLÓ!? La pelota había dado al aro, pero no había entrado dentro de la red. Cayó y comenzó a rodar por el suelo, yo aproveché y tras una carrera logré llegar hasta ella. La recogí y comencé a correr recurriendo a todas las fuerzas que me quedaban. Estaba cerca de la canasta, tan solo un tiro y sería el vencedor. Salté, apunté y…¡Entró!

-¡EL GANADOR ES KYLE! – gritó Celia con todo el aire de sus pulmones y aplaudiendo sin parar.

Yo sonreí y me pasé la mano por la frente tratando de quitarme algunas gotitas de sudor. Estaba realmente sorprendido, desde el principio había dado por supuesto que Manu ganaría, pero aquello, había sido tan inesperado…¡Yo había sido el ganador! Me acerqué con una sonrisa de oreja a oreja hasta Celia y Manu, que se habían juntado. Se sentaron de nuevo sobre la suave hierba.

-Estoy agotado – dijo Manu y se acabó tumbando completamente en el suelo.

-Lo mismo digo. Por cierto, ¿quién se iba a tragar sus palabras? – le dije sacándole la lengua y luego sonriéndole.

-Calla, anda; es solo que hoy estoy cansado, que si no…-trató de excusarse él.

-Chicos, dejadlo ya, anda, ha estado divertido.- dijo Celia, tratando de poner paz como siempre.

-Si, tienes razón.- afirmé.

-Se va a echar de menos a un digno contrincante como tú por aquí.- confesó Manu mirando hacía la cancha fijamente; después, se giró y me guiñó un ojo.-Esto va a estar aburrido sin ti.

-Oye, que yo no me voy a ningún lado. -le dijo Celia con mirada asesina.

-íSí, sí…perdona;.tienes razón!- dijo él y me articuló con su boca un »socorro, llévame contigo».

-¿Con qué esas tenemos? – dijo Celia que lo había visto todo y ahora se hacía la enfadada y la ofendida.-Tienes tres segundos para huir.

Manu se levantó apresuradamente y echó a correr.

-1…2…¡3! – gritó Celia y se levantó de golpe.

-¡Eso no son 3 segundos! ¡Has contado demasiado rápido!¡Tramposa! – chilló Manu.

-¿Ahora además me llamas tramposa? – dijo Celia mientras echaba a correr tras él.

-¡Manu, huye! – le animé yo entre risas – ¡Como te coja eres hombre muerto!

-¡Gracias! ¡Sin presiones por lo que veo! – dijo él sarcástico y poniendo los ojos en blanco, pero sin parar de correr.

-¡De nada! ¡Siempre es un placer ayudarte, amigo! – le grité y me eché al suelo a causa de las risas. Y es que ver a Manu huyendo de Celia era muy cómico.

Tras unos 10 minutos así, Manu cayó rendido sobre la hierba. Celia aprovechó para tirarse encima de él,  comenzar a hacerle cosquillas  y a pellizcarle por todo el cuerpo.

-Para…Para…ya…- dijo Manu al que se le empezaban a salir las lágrimas causadas por la risa.

-¿Cuáles son las palabras mágicas? – dijo ella imitando la voz de Manu que en tantas otras peleas la había preguntado aquello.

-No me…copies – dijo él sin parar de retorcerse bajo Celia.

-Creo que no estás en condiciones de ordenarme nada.- dijo ella orgullosa de su posición en esos momentos.-Vamos, solo dos palabritas de nada, no puede ser tan difícil, ¿no?

-Vale, pero que…que sepas que esta no te la perdono – dijo él finalmente que sabía que como continuase así iba a estallar.- Me rindo.

-¡Bieeeen! ¡Lo dijo! – exclamó Celia alegre, saltando lejos de él y agitando sus brazos en el aire en señal de victoria.

-Relájate, anda, que no es para tanto, yo estaba agotado…-refunfuñó Manu humillado.

En eso, pude ver como se acercaba a nosotros un médico.

-Kyle, tu madre te espera. Despídete.- anunció él. 

CAPÍTULO 10

Jennifer Lawrence

Kyle vuelve a su hogar tras siete largos meses ingresado en el hospital, pero su memoria no está todavía recuperada, por lo que, al llegar a su casa, la cual le resulta extraña, se mezclan en su cabeza recuerdos esporádicos del pasado junto con vacíos que le angustian…

Celia

Vimos como Kyle seguía a aquel hombre de bata blanca hasta su habitación, allí recogería su maleta ya hecha y se marcharía a casa. Habíamos quedado en la salida para despedirnos como es debido.

-Le voy a echar mucho de menos…- le susurré a Manu y nos sentamos juntos sobre la hierba.

-Yo también, espero que le vaya bien y que no pase nada parecido de nuevo, no estoy seguro de que la próxima vez tenga tanta suerte.

-Tienes razón, ahora me preocupa un poco, la verdad.

-Bueno, también piensa que ahora le tendrán más vigilado, además le vamos a estar controlando desde aquí, ¿eh? Supongo que también le veremos cuando venga a las consultas y a las sesiones en la habitación verde.

-Eso me tranquiliza un poco…por cierto, ha sido todo un detalle que le dejases ganar en el partido.

– ¿Te has dado cuenta? – me preguntó sorprendido.

“Como para no hacerlo…» pensé. La de veces que le había acompañado a entrenar, que le había visto practicar tiros durante horas, que le había alabado al mejorar una táctica. Eran incontables los minutos que me había bajado sola a las canchas y había estado practicando en el deporte solo para mejorar y poder convertirme en su compañera de pases cuando me lo pedía.

-Es que te conozco bien -le dije guiñándole un ojo.

-Lo sé, por eso eres mi mejor amiga – dijo y me miró fijamente a los ojos. Noté cómo mis mejillas se encendían y como en mi garganta se formaba un nudo.

-Pe… pero lo que no entiendo es por qué lo hiciste, sé que el baloncesto es algo sagrado para ti- logré tartamudear aún con las mejillas ardiendo.

-Es simple -dijo él sin dejar de clavar sus preciosos ojos color café en los míos- Yo no me voy a ningún lado, yo no he conseguido sanar y, sobre todo, yo sé lo que valgo. Yo sé mis defectos y mis virtudes. Él no es consciente de lo mucho que vale su vida, porque si no, nunca habría hecho lo que hizo, como amigos suyos nuestro deber es asegurarnos de que no se repita y de mostrarle lo mucho que vale. Ahora se va, pero espero que al menos lo haga con un buen sabor de boca y esto haga que su confianza sea un poco mayor.

Había dicho todo aquello despacio, respirando tranquilamente y serio, sin apartar sus pupilas de las mías. Yo no pude evitar admirarle y apenas pude retener las lágrimas de admiración que se me amontonaban en los ojos. Pensé en por qué el destino le había castigado de aquella manera, como alguien con aquel corazón de oro había acabado allí.

-No te mereces esto, Manu -le dije y aparté la vista, ya que no quería mirarle a la cara mientras me sinceraba con él. – No entiendo por qué se ha castigado con esta a horrible enfermedad a alguien tan bondadoso, no te lo mereces, esto no es justo.

-Celia, esto no es un castigo. Simplemente, es un hecho, una realidad con la que debemos vivir, y nos ha tocado como podría haberle tocado a cualquier otra persona – dijo él, con sinceridad. Me puso su mano en la barbilla para de este modo alzar mi rostro y poder volverme a mirar a los ojos -Además, para mí, esto no es ningún castigo, ni mucho menos, esto para mí es un regalo.

– ¿Un regalo? -le dije sorprendida, abriendo los ojos como platos – ¿Qué dices? ¿Estás loco?

-No, estoy bien cuerdo. Por eso te aseguro que agradezco al destino haberme enviado a este hospital, porque si no hubiera sucedido, lo más probable es que no te hubiera conocido.

No pude contener más las lágrimas y mis impulsos, me abalancé sobre él, tirándole sobre la hierba y le abracé con todas mis fuerzas.

-Prométeme que nunca te pasará nada, que vamos a mejorar y a salir de aquí juntos. Prométeme que caminaremos por las bellas calles de Londres, que desayunaremos en los mejores restaurantes de París y que iremos de compras a Nueva York.

-Te lo prometo, pequeña – me dijo acariciándome la espalda. -Además, si me voy y te abandono, ¿quién te soportaría y cuidaría de ti?

Tras decir esto se levantó y nuestro abrazo, que me hubiera gustado que durase una eternidad, se rompió. Manu comenzó a levantarse y yo le imité.

-Querrás decir al revés, sin duda cuido yo más de ti que tú de mí, ¿eh?

-Jajaja, esta vez admito que tienes razón. ¿Vamos? Seguro que Kyle está ya en la salida esperando que vayamos a despedirnos.

-Sí, vamos.

Comenzamos a andar sin hablar, cada uno estaba sumido en sus pensamientos. Manu miraba hacía el frente y andaba con aire decidido y firme, como hacía normalmente, pero se notaba que en su cabeza rondaba algo. Yo, mientras tanto, andaba mirando al suelo, y no paraba de dar vueltas a lo que había pasado hacía un rato. Por un momento mi corazón se había parado y mis mejillas se habían sonrojado, me sentía feliz. Cada palabra que había dicho él era un regalo que pensaba conservar con cariño y amor en mi interior. Volví a esbozar una tímida sonrisa al recordarlo.

Pasamos pasillos blancos y finalmente llegamos a la puerta principal donde Kyle nos esperaba con una enorme maleta y una bolsa colgada del hombro.

-Chicos, ya pensaba que os habíais olvidado de mí -nos dijo cuando llegamos y nos colocamos a su lado.

-Yo ya lo había hecho, ha sido Celia la que ha tenido la cortesía de recordarme quien eras y que debíamos despedirte -dijo Manu y Kyle le devolvió el gesto con una mueca grosera.

-Ja ja ja, qué gracioso eres, Manu, tú sí que sabes tratar a tus amigos -le dije con sarcasmo y poniendo los ojos en blanco.

-Chicos, os voy a echar de menos, gracias por todo -nos dijo Kyle mirándonos fijamente. Su sonrisa de felicidad había sido sustituida por una más pequeña, impregnada de nostalgia y tristeza. – Vendré a veros; lo prometo, no dejes que se olvide de mí, ¿eh, Celia?

-Te prometo que me encargare de ello, nosotros también te vamos a echar mucho de menos – le dije y le di un gran abrazo. – Prométeme escribir y mantenerme informada, ¿eh?

-Te lo juro -me dijo y me dio un dulce beso en la mejilla que hizo que enrojeciera, la verdad es que aquello había sido inesperado para mí.

-Bueno chicos, cortaros un poco que me pongo celoso -dijo Manu acercándose a nosotros.

Nos abrazó a ambos y de este modo causó un abrazo grupal.

-Oye Kyle -dijo Manu, soltándose del abrazo y ahora con expresión más seria. -Ahora que te vas no voy a poder estar contigo cuando lo pases mal y caigas en un bajón o algo similar, no voy a poder estar a tu lado para recordarte lo maravilloso que eres. Así que, yo prometo no olvidarte mientras tú me jures que no volverás a cometer una tontería así y que recordarás lo mucho que vales. Cuando no puedas verlo por ti mismo, nos llamas y yo te recordaré cómo es el verdadero Kyle.

Los ojos de Kyle se habían humedecido, y los de Manu igual. Yo estaba emocionada, se notaba que ellos dos habían creado un lazo hermoso y que se preocupaban por él otro.

-Gracias, Manu; no recuerdo mucho de mi pasado, pero puedo asegurar una cosa, eres el primer amigo de verdad que tengo. Y tranquilo que te llamaré cada día para darte la brasa. Tú también llámame cuando ya sabes…-dijo Kyle y se miraron de manera cómplice. Se abrazaron con fuerza y cuando se separaron pude ver como sus ojos estaban húmedos.

-Chicos, ¿estáis llorando?

-No, que va es solo que algo se me ha colado en el ojo- se excusó Kyle.

-Y yo tengo esta pinta por la alergia- mintió Manu.

-Manu, te conozco bien, la alergia siempre te viene en primavera- le reproché.

-Pero esta vez no, así que calla.

Nos reímos juntos y lo disfrutamos. Nos miramos y sonreímos. Entonces, por la puerta entro la madre de Kyle. Llevaba el pelo suelto y un bonito vestido negro con flores moradas. El traje era de tirantes y la falda la llegaba a la altura de las rodillas, se había echado sombra de ojos rosa y se había pintado los labios con un color muy natural que le favorecía.

-Hola, chicos -nos saludó con amabilidad. – ¿Os habéis despedido ya u os dejo un rato?

-No, ya está todo dicho. -le contestó Kyle. -Adiós chicos.

Nos dirigió una última mirada, una última sonrisa y salió por la puerta tras coger sus cosas. Le vimos alejarse y ya le echábamos le menos. Notábamos como una parte de nosotros se acababa de ir, como nuestro trío se había convertido en un dúo como hacía un par de meses. Cogí mi móvil y le pedí un favor a Manu.

-Ven; acércate más.

Pulsé el botón y al momento la cámara capturó nuestras caras en una hermosa fotografía. Ambos salíamos sonrientes, nuestras mejillas estaban pegadas y los ojos de Manu estaban ligeramente cerrados. Estaba guapísimo. Se la envíe a Kyle junto con el mensaje »Ya te echamos de menos». Esperaba que esto le sacara una sonrisa.

-Pues volvemos a quedarnos solos por lo que parece -comentó Manu.

-Eso parece, como en los viejos tiempos.

-Sí, me va a ser difícil acostumbrarme, la verdad.

-Oye, si nos damos prisa quizás podemos ver su coche circular desde nuestro rincón secreto – le sugerí.

Él no me contestó, se limitó a correr hasta las escaleras, yo corrí tras él. Subimos todos los escalones, llegamos a la última planta, pero seguimos subiendo. Abrimos la puerta que marcaba el final de las escaleras con una horquilla que habíamos trucado hace tiempo y que escondíamos en un hueco que había en el último peldaño. La introducimos en el candado que cerraba aquella pequeña portezuela y la giramos hasta que sonó un ligero clic que hizo que la puerta se abriera. La empujamos con cuidado para no hacer mucho ruido y entramos. Nos encontramos en una pequeña habitación en la que, como mucho, cabrían tres personas, llena de escobas, viejas batas y demás. En la pared derecha había una pequeña ventana que suponíamos que habían colocado allí para ventilar la habitación de vez en cuando. La abrimos y salimos por ella. Esa parte era la más difícil y peligrosa, pues no encontrábamos en el tejado del hospital. Fácilmente escalamos las inclinadas tejas y llegamos hasta un agujero que habíamos descubierto en una de las escaladas. Era pequeño, lo suficiente para que cupiésemos los dos apretados. Habíamos dejado un par de cojines para hacerlo un poco más cómodo y una manta para cuando el frío nos acechase. Nos sentamos y contemplamos las vistas, eran preciosas. Desde ahí se podía ver toda la ciudad, e inspeccionando el paisaje, finalmente encontré lo que buscaba. Un coche azul celeste circulaba por la carretera, pequeño como una hormiga, o eso parecía ante nuestros ojos.

-Adiós Kyle -susurré, esperando que el viento le llevará mis palabras a aquel chico de ojos claros. 

CAPÍTULO 11

Kyle

Antes de subir al coche, me di la vuelta y contemplé el que había sido mi hogar y el lugar en el que estaba seguro de que mis amigos vivirían mil aventuras, ahora ya sin mí. Con tristeza abrí la puerta del coche y me subí, sonreí al recordar la agridulce despedida que acababa de tener. Mi móvil vibró en mi bolsillo anunciándome que había recibido un nuevo mensaje. Lo saqué y presioné el botón situado a la derecha para que la pantalla se encendiera. Puse mi contraseña para desbloquearlo, y arrastré el dedo hacía abajo para ver las notificaciones recientes. Tenía un mensaje de whatshapp de Celia. Pulsé ahí y entré en el chat que compartía con la chica de ojos verdes. Me había enviado una foto. Esperé a que se cargara, impaciente. Cuando por fin pude verla, presioné el dedo contra ella para que se agrandara. Era una foto de Manu y ella. Sonreían ante la cámara, imitando ser felices, pero en sus rostros había algunos rasgos de tristeza causados por la despedida. Celia tenía los ojos brillantes y muy abiertos, te podías perder en aquel verde esmeralda. En cambio, los de Manu estaban casi cerrados. No cabía ni una uña entre sus rostros, ya que estaban completamente pegados, pensé que esa sería la razón por la que Celia estaba levemente ruborizada. La foto estaba acompañada con un mensaje que consiguió sacarme una sonrisa, »Ya te echamos de menos» decía el pie de foto. Me hice una foto poniendo morritos como si tuviera 5 años y se la envíe añadiendo un »Yo a vosotros más, me aburro». Tras mandar el mensaje estuve esperando un par de minutos a ver si Celia se conectaba y me contestaba, pero al ver que eso no sucedía, decidí guardar el aparato. Me apoyé en la puerta del coche y decidí mirar el paisaje a través de la ventana. Todo lo que se veían eran personas y edificios, no eran unas grandes vistas, a decir verdad. En seguida mis pensamientos tomaron el control en mi mente, estaba asustado. En menos de un mes comenzaría de nuevo el instituto y en menos de una hora vería mi casa. Pocas cosas recordaba de ella, tan solo la ventana de mi habitación y algunos pasillos. Lo que no tenía era ningún recuerdo mío con una edad menor a la de los 10 años. Y entonces, mientras seguía reflexionando y tratando de recordar cosas de mi infancia y del que sería mi nuevo hogar, mi mirada se topó con la de una chica que estaba en frente mío. Tendría unos 12 años, llevaba su larga cabellera castaña recogida en dos trenzas y sus ojos curiosos no miraban a la carretera al cruzar. Me temí lo peor ya que nuestro coche iba a mucha velocidad y la muchacha despistada no había visto aquel semáforo en rojo. Mi madre, absorta en sus pensamientos tampoco se había fijado en ella.

– ¡Mamá, para! -grité causando que mi madre pegara un brusco frenazo.

– ¡Hijo!, ¿estás loco? ¿Qué sucede? ¿Qué haces? -me chilló ella nerviosa.

-Estaré loco, pero acabo de salvar la vida una niña.

Tras decir esto salí del coche y corrí hasta la chica, que ahora se encontraba a menos de un metro de nuestro coche. La feliz sonrisa se le había borrado del rostro y su rostro estaba pálido. Miraba al coche con los ojos muy abiertos y se notaba que tragaba saliva con dificultad.

– ¿Estás bien? -le dije cuando llegué a su lado.

-S… sí…-consiguió tartamudear. – G.. g… gracias.

-No hay de qué, pero deberías tener más cuidado al cruzar. -le reproché.

-T… tienes r… razón… lo siento -dijo en un sollozo.

-Tranquila, ya ha pasado el mal trago. Lo importante es que estás bien y que a partir de ahora seguro que vas a tener más cuidado, ¿verdad? -tras decir esto esbocé una sonrisa sincera que esperaba que le infundiera tranquilidad.

-Gracias -me contestó devolviéndome la sonrisa. -Debo irme, adiós.

Tras decir esto salió corriendo, cruzó la carretera y se perdió por las calles. Que chica más simpática, aunque imprudente. Regresé al coche y cerré la puerta. Mi madre arrancó y volvimos a circular.

-Kyle, siento haberte chillado, eso que has hecho ha sido admirable, acabas de salvar una vida. Yo estaba distraída, cosa que no debería de haber hecho, y aquella chica no estaba a lo que debía estar, si no fuera por ti lo más seguro es que esto hubiera acabado en una desgracia.

-No importa, tan solo fue un impulso, no le des más vueltas al tema -le contesté restándole importancia. – A partir de ahora ve más atenta a la carretera y ya está. No hay más que hablar.

El resto del viaje lo pasamos en silencio y finalmente mi madre aparcó. Estaba realmente nerviosa y por eso al salir del coche casi caigo al suelo. Cerré la puerta y lentamente me giré para ver mi casa. Me quedé enormemente sorprendido, no era para nada como la recordaba o imaginaba. Me encontraba ante un enorme edificio, tendría como mínimo tres plantas. La pared de ladrillos estaba pintada de azul y cada marco de cada ventana estaba repasado por un color distinto. Mi madre sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Por dentro era aún más impresionante, el techo de caoba brillaba y las paredes estaban decoradas con montones de fotos, espejos y adornos. Me encontraba tan solo en la entrada, no podía esperar a ver mi habitación. Mi madre me indicó que me quitase los zapatos y los dejará en el zapatero colocado a la derecha. Lo hice y entré. Ante mi había un largo pasillo. La primera puerta a la derecha era el salón, la segunda era el comedor y a la izquierda se encontraba la cocina. Cada habitación era exageradamente grande y cada una era igual de impresionante. Estaban todas decoradas con la más detallada perfección, parecía una casa sacada de un cuento de hadas. Al final del pasillo se encontraban unas escaleras que parecían ascender al mismo cielo.

-Madre, ¿en qué piso se encontraba mi habitación? No consigo recordarlo.

-En la última -me indicó ella sonriendo tristemente.

Subí los escalones, cada uno causaba que me pesaran más las piernas, pero suponía que era lo normal ya que no me había preocupado por mi forma física en los últimos siete meses. Empecé a contar los escalones que subía.

-1…2…3…-y así continué hasta que llegué al último -…50.

Las escaleras aún ascendían un poco, pero recordaba que era porque teníamos un desván. Empecé a recorrer la planta en la que me encontraba. Esta también tenía un largo pasillo. La primera puerta que abrí me mostró un baño, en la segunda se encontraba la habitación de invitados, la tercera era algo similar a un estudio o despacho, y finalmente, en la cuarta… mi cuarto. Me quedé en estado shock, ya que al encontrarme entré aquellas cuatro paredes hizo que en mi cabeza estallaran millones de sensaciones, de momentos, todos pasaban veloces por mi cabeza, pequeños flashbacks que me estaban dejando sin aire. ¿Cuándo había comenzado a dar vueltas la habitación a esa velocidad? Prácticamente me caí a la cama, me tumbé y cerré los ojos, presionándomelos con fuerza. Sentía que la cabeza me iba a explotar. Pero de repente…calma, silencio sepulcral. Me incorporé y abrí los ojos. La habitación había cambiado, ya no estaban colgados los posters y faltaban varios muebles, estantes y libros. Quizás es que mi imaginación me había jugado una mala pasada y había imaginado cosas que no había. Entonces oí como la puerta se abría y como un niño de unos 10 años estaba en el umbral. Tenía el pelo de mi mismo color, y los ojos verdes, como los míos, aquel chico era idéntico a mí. Vestía una camiseta desgastada y unos pantalones vaqueros algo sucios. Su cara reflejaba la esperanza, en sus ojos la emoción y en su sonrisa el entusiasmo.

-Kyle, esta será tu habitación a partir de ahora. Puedes decorarla como más te guste. – dijo una voz femenina detrás de él, no alcancé a ver quién era la señora.  

– ¿De verdad? -dijo el niño dando saltitos de alegría y empezó a correr por la habitación. Se tumbó en la cama justo encima de mí, yo seguía procesando lo que estaba sucediendo, pero no me costó mucho ya que, cuando el chico me traspasó al apoyarse en mí, lo comprendí todo…Volvía a estar encerrado en uno de mis recuerdos, estaba reviviendo el día en el que me dieron aquel cuarto.

De repente, mi cabeza volvió a llenarse de imágenes, ruidos, olores, emociones y sentimientos. Volví a cerrar los ojos y traté de regular mi respiración ya que estaba empezando a hiperventilar. Cuando todo cesó, abrí los párpados lentamente y comprobé que estaba en el presente de nuevo. Miré el reloj de mi mesa y efectivamente, era 20 de septiembre. Entonces recordé que en 10 días empezaría a asistir al instituto de nuevo, aquello me atemorizaba. Para la gente como yo, el infierno es más agradable que la secundaria. Me tumbé en la cama de nuevo, reflexionando de todo, echaba de menos a Manu y Celia. Saqué mi móvil del bolsillo para ver si me habían contestado, y así fue:

Celia: Tú te aburrirás, pero yo tengo que soportar a Manu sola.

Kyle: Cómo si eso te importase mucho, ¿eh?

Tuve suerte ya que al momento se conectó y de esta manera pudimos charlar un rato.

Celia: Ja, ja, ja, que graciosillo estás tú, ¿no?

Kyle: Yo siempre.

Celia: Cambiando de tema, ¿qué tal la vuelta a casa?

Kyle: Pues me acaba de pasar algo bastante extraño.

Le expliqué todo lo que había sucedido, desde que salvé a una niña a que había presenciado mi llegada a la habitación cuando tenía 10 años.

Celia: Vaya…sinceramente, hay algo que no me encaja. ¿Por qué te dieron una habitación a los 10 años? Por lo que me has contado todas ellas son espaciosas, no entiendo por qué tuviste que cambiar de habitación, además por lo que me has contado, estabas emocionado y nervioso, normalmente los niños no muestran esa emoción a no ser que sea la primera vez que están en un lugar. Hay algo en toda esta historia que no me encaja del todo.

Celia tenía toda la razón, a mí también me parecía que faltaban piezas del rompecabezas.

Kyle: Bueno, creo que me voy a descansar, demasiadas emociones por hoy.

Celia: Buenas noches, Kyle, descansa.

Kyle: Igualmente.

Nada más mandé el mensaje, apagué el móvil y lo dejé junto a la mesita de noche que había colocada al lado de la cama. Cerré los ojos y caí en los brazos de Morfeo.

-Kyle, me sabe mal despertarte, pero la cena se va a enfriar -me despertó mi madre, moviéndome el hombro suavemente para espabilarme.

-V…voy…- gruñí, con el único hilo de voz que fui capaz de reproducir.

-Te espero abajo.

Se fue dejándome solo en la habitación, encendí el móvil para ver qué hora era. Las 21:27, había dormido poco más de tres horas. Desbloqueé la pantalla para ver si tenía alguna notificación, pero no había recibido nada, »hay que ver qué popular soy» pensé para mis adentros. Parecía que Manu no había tardado en olvidarse de mí, ya que ni se había molestado en preguntarme qué tal el regreso a casa, sentí una punzada en el pecho al pensar aquello. No le di más vueltas al tema y bajé a cenar. Cuando tan solo me quedaban un par de escalones, me llegó un delicioso aroma a la lasaña. Entré en la cocina con la boca echa agua.

-Ve al comedor, cariño. En un momento llevo la comida.

Me dirigí donde mi madre me había indicado, y me senté en una de las dos sillas que tenía un plato delante, ¿solo íbamos a comer ella y yo? La mesa era enorme, calculé que en ella cabrían unas 12 personas. Pero solo dos íbamos a comer allí, qué desperdicio. Mi madre no tardó en llegar con una fuente llena de mi comida favorita.

-Pásame tu plato, Kyle – me dijo y me sirvió una enorme cucharada. -Cuidado que aún quema.

Me entregó el plato y yo lo miré con ojos golosos. No podía esperar a engullir ese apetitoso manjar. Con un tenedor partí y un trozo y me lo acerqué a la boca. Soplé un par de veces hasta que el humo que provenía del trozo desapareció y me lo pude meter en la boca sin riesgo de freírme la lengua. Delicioso. Mastiqué lentamente, saboreando aquella combinación de carne, pasta y bechamel que sabía a gloria.

– ¿Qué tal? ¿Está rico? -me preguntó mi madre.

– ¡Está buenísimo!¡Muchas gracias mamá! -le dije con la boca llena.

-Kyle, traga antes de hablar, no me enseñes lo que has masticado ya.

-Perdona, perdona -dije aún sin tragar y eso causo que mi madre pusiera los ojos en blanco. El resto de la cena procedió en silencio y, aunque me moría por preguntar lo que pasó hacía casi 6 años y cuyo recuerdo me atormentaba, no me atreví. Cuando terminamos de comer, me levanté, dejé mi plato en la pila y subí de nuevo a mi habitación. Traté de dormir otra vez, pero no lo conseguí, así que me dediqué a explorar mi habitación. No encontré nada interesante, libros, cuadernos, revistas, pero entonces, en un cajón del escritorio… premio. Había un portátil. Lo encendí, rezando porque funcionara, y así fue. Dado que tenía poca batería, conecté el cargador. Crucé los dedos suplicando que no necesitara contraseña para iniciar sesión, puede que mis suplicas fueran escuchadas por alguna fuerza superior, ya que el ordenador se encendió sin necesidad de poner nada. Cotilleé por las carpetas, sin encontrar nada interesante. Iba a comenzar a echar un vistazo a las fotos guardadas cuando, algo llamó mi atención. »Escritos» era el nombre que había puesto a un conjunto de Words. La curiosidad pudo conmigo y en menos de un minuto estaba cotilleando aquellos poemas, relatos cortos y demás.

MAY

El cielo está azul,
me recuerda a tus hermosos ojos.
¿Cuántas veces habré perdido el norte por su culpa?,
¿cuántas veces me habré perdido en ellos,
tratando de buscar la salida de ese laberinto sin fin?
Me encanta que se me enreden los dedos en tu larga cabellera,
una cascada dorada,
seguro que se asemeja a la fuente de la juventud
eterna que todos desean.
Yo bebería de esa fuente, bebería 1000 veces,
te haría tragar a ti también ese líquido,
y de esta manera poder jurarte una eternidad a tu lado.

Mis ojos me escocían al acabar de leer el poema que había encontrado guardado, me gustaba, eran los pensamientos de un chico completamente enamorado, de la inocencia y de la ceguera. ¿Por qué aquel chico había tratado de poner fin a su vida? Ya no era el mismo, eso estaba claro, pero la duda era ¿había mejorado? Los cambios suelen producirse para ir a mejor, pero siempre hay excepciones. Entonces, decidí algo, iba a volver a escribir. Si aquella versión pasada había conseguido hacer el mundo un poco más bello gracias a esos versos, a esas palabras, lo volvería a hacer.

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