Un lugar soleado para gente sombría” (Anagrama, 2024), de Mariana Enríquez, es una colección de doce relatos que consolidan a la autora argentina como una de las voces más potentes y originales del terror contemporáneo en lengua española. Este libro, su tercer volumen de cuentos tras “Los peligros de fumar en la cama” (2009) y “Las cosas que perdimos en el fuego” (2016), reafirma su capacidad para entrelazar el horror sobrenatural con una aguda crítica social, explorando las fisuras de lo cotidiano y los traumas históricos de Argentina.

El eje central de Un lugar soleado para gente sombría es la fusión del terror gótico y fantástico con una representación cruda de la realidad social. Enríquez utiliza el género de terror no como un fin en sí mismo, sino como un vehículo para explorar miedos colectivos e individuales profundamente arraigados en la experiencia humana, como un espejo de lo real. Varios relatos, como “Metamorfosis” y “Los pájaros de la noche”, abordan el cuerpo, su deterioro físico y la enfermedad, como un espacio de horror. En “Metamorfosis”, una mujer desarrolla una fascinación morbosa por su mioma extirpado, reflejando temores relacionados con la pérdida de control sobre el propio cuerpo y el envejecimiento. En “Los pájaros de la noche”, la narradora describe una enfermedad que descompone su piel, evocando una conexión entre la decadencia física y los mitos regionales sobre mujeres castigadas. Estos relatos sugieren una ansiedad pandémica, posiblemente influenciada por el contexto de escritura durante el encierro de 2020, como señala una reseña en El País. Por otra parte, Enríquez continúa su exploración de los “agujeros negros” de la historia argentina, especialmente la dictadura militar (1976-1983). En “Los himnos de las hienas”, un castillo que sirvió como centro de detención durante la dictadura se convierte en un espacio donde los horrores del pasado se manifiestan. La autora no solo evoca el terrorismo de Estado, sino que lo conecta con la persistencia de la violencia en la sociedad contemporánea, como la pobreza y la marginalidad presentes en “Mis muertos tristes”. Así mismo, en historias como “Diferentes colores hechos de lágrimas” aborda la violencia patriarcal de manera indirecta, explorando la fantasía de un hombre que imagina crímenes contra mujeres. Este enfoque, que evita narrar el acto violento en sí y se centra en su impacto psicológico, intensifica el horror al sugerir que el peligro está latente en lo cotidiano. Incluso en cuentos como “Cementerio de heladeras” muestra la precariedad de los sectores marginados, donde los niños son víctimas de abusos y abandono. Pero tampoco se olvida Enríquez de los fantasmas, apariciones y entidades oscuras que pueblan estos relatos, los cuales no son meros elementos de género, sino representaciones de los miedos internos y externos de los personajes. En “Un lugar soleado para gente sombría”, el cuento que da título al libro, la muerte de Elisa Lam en el Hotel Cecil de Los Ángeles se entrelaza con la culpa y el duelo de la narradora, una periodista argentina que escribe sobre lo paranormal. Este relato, basado en un caso real, explora cómo lo inexplicable puede amplificar el dolor personal.

El estilo de Enríquez se caracteriza por una prosa lírica pero sobria, que combina la precisión periodística con una sensibilidad poética. Su narrativa, descrita por algunos críticos como “gótico neorromántico social” o “terror cósmico cotidiano”, se distingue por construir escenarios reconocibles —barrios periféricos de Buenos Aires, pueblos abandonados, hoteles decadentes— que adquieren un carácter siniestro a través de detalles sensoriales, lo que se ha denominado “realismo sucio”. Por ejemplo, en “Mis muertos tristes”, la descripción de un barrio marginal donde los fantasmas conviven con los vivos crea una atmósfera de desamparo que trasciende lo sobrenatural. La mayoría de los relatos están narrados en primera persona, lo que intensifica la conexión emocional con los personajes y dota a las historias de una inmediatez que recuerda a un soliloquio. Esta técnica, como señala Cuadernos Hispanoamericanos, permite a Enríquez convertir cada cuento en un “pequeño abismo” que se abre en la vida cotidiana, atrapando al lector en la psique de los narradores. Enríquez enriquece sus relatos con citas de autores como Jack Kerouac, H.P. Lovecraft y Stephen King, así como referencias a la cultura pop, el punk y la Generación X. Estas alusiones no solo sitúan su obra en un diálogo con la tradición del terror, sino que también reflejan su interés por conectar lo local con lo universal. A diferencia del terror clásico, que suele ofrecer resoluciones, los cuentos de Enríquez evaden conclusiones definitivas. Estos finales abiertos y su consiguiente ambigüedad, que algunos lectores han criticado por dejarlos indiferentes, refuerzan la idea de que el horror no termina con el relato, sino que persiste en la realidad posterior.

La estructura de “Un lugar soleado para gente sombría” es fragmentaria, con doce relatos que funcionan de manera autónoma, pero que comparten una coherencia temática y estilística, pues Enríquez desdibuja las fronteras entre lo cotidiano y lo sobrenatural, creando un efecto de “realismo mágico aterrador”. En “Julie”, por ejemplo, la obesidad de una niña y su relación con “amigos invisibles” se transforma en una revelación sobre fantasmas, lo que añade capas de complejidad al cuento. Otro recurso recurrente es el body horror, utilizado para explorar la alienación y el miedo a la decadencia. En “Los pájaros de la noche”, la descripción de la piel podrida de la narradora evoca repulsión, pero también compasión, al conectar su enfermedad con mitos sobre mujeres castigadas. Así mismo, no duda en usar mitos y leyendas locales, elementos del folclore argentino, como las historias de pájaros que representan mujeres desobedientes en “Los pájaros de la noche”. Esta integración de lo mítico con lo contemporáneo enriquece la textura cultural de los relatos. Y, finalmente, aunque el terror es el motor narrativo, Enríquez adopta un tono irónico en ocasiones, especialmente al retratar las contradicciones de la sociedad argentina. En “Cementerio de heladeras”, la narradora reflexiona sobre su infancia en un lugar macabro, cuestionando la normalización de la violencia en entornos marginales.

Cómo ya he mencionado, escrito durante la pandemia de 2020, “Un lugar soleado para gente sombría” refleja las ansiedades de un mundo en crisis. La recurrencia de temas como la enfermedad y el aislamiento sugiere una influencia del contexto global, mientras que la atención a la dictadura y la marginalidad reafirma el compromiso de Enríquez con la memoria histórica de Argentina. Su obra se inscribe en una tradición literaria argentina que incluye a Borges, Cortázar y Silvina Ocampo, pero también dialoga con autoras contemporáneas como Samanta Schweblin, consolidando un nuevo gótico latinoamericano. A nivel global, el éxito de Enríquez, con traducciones a veinte idiomas y elogios de críticos como Leila Guerriero y Dave Eggers, evidencia su capacidad para universalizar lo local. Sin embargo, algunas críticas, como las reseñas en Goodreads, señalan que ciertos relatos, como los basados en leyendas urbanas conocidas (e.g., el caso de Elisa Lam), pueden sentirse menos originales o estar dirigidos a un público occidental, lo que genera debate sobre su adaptación a audiencias internacionales.

En líneas generales, la recepción de “Un lugar soleado para gente sombría” ha sido mayoritariamente positiva, con reseñas que destacan su capacidad para renovar el género de terror y su profundidad sociopolítica. Publicaciones como El Periódico y ABC elogian su “perfección estructural” y su habilidad para hacer del terror una forma de leer la realidad. Sin embargo, algunos lectores, como se observa en un post en X, expresan decepción por la falta de impacto emocional en ciertos relatos, sugiriendo que la fórmula de Enríquez puede sentirse repetitiva para quienes ya conocen su obra.

En conclusión, “Un lugar soleado para gente sombría” es una obra que trasciende las convenciones del terror para ofrecer una reflexión profunda sobre los miedos humanos y las heridas sociales. Mariana Enríquez logra un equilibrio magistral entre lo fantástico y lo real, utilizando el horror como una lente para examinar la fragilidad del cuerpo, la persistencia de los traumas históricos y la violencia estructural. Su prosa, cargada de imágenes perturbadoras y referencias culturales, convierte cada relato en una experiencia inmersiva que no solo entretiene, sino que interpela al lector sobre su propia relación con el miedo y la memoria.

Aunque algunos relatos pueden no resonar con la misma intensidad para todos los lectores, la colección en su conjunto reafirma a Enríquez como una cuentista excepcional, capaz de iluminar las sombras de la condición humana con una voz única. Este libro no solo es una celebración del género de terror, sino también un testimonio de la potencia de la literatura para confrontar lo inenarrable.

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