El marido de mi madrastra (2012) de Aurora Venturini es una colección de relatos que destila la esencia de una autora inclasificable, cuya voz disidente y visceral se erige como un desafío a las convenciones literarias. Dividido en dos partes —“El marido de mi madrastra” y “Hadas, brujas y señoritas”—, el libro despliega un universo narrativo poblado por personajes excéntricos, deformes y profundamente humanos, que transitan entre lo grotesco y lo poético. Venturini, con su estilo lírico y a la vez sórdido, construye un mosaico de historias que exploran las zonas más oscuras y perversas de la existencia, siempre desde una mirada extravagante que desarma al lector.

La primera sección, que lleva el título del libro, se centra en un retrato crudo de la familia, un tema recurrente en la obra de Venturini. Los relatos, narrados en primera persona, se entrelazan como capítulos de una novela fragmentada, donde la voz de la narradora —afilada, irónica y desprovista de filtros— desentraña las miserias y los secretos de sus personajes. El cuento homónimo, “El marido de mi madrastra”, es quizá el más impactante: una historia desgarradora que combina soledad, desamparo y una atmósfera opresiva, dejando al lector con un nudo en la garganta. La prosa de Venturini, densa y cargada de imágenes sensoriales, logra que lo macabro se mezcle con una extraña belleza, como si la fealdad y el dolor fueran inseparables de la poesía.

En la segunda parte, “Hadas, brujas y señoritas”, los relatos se vuelven más breves y experimentales, rozando lo fantástico. Aquí, Venturini da rienda suelta a su imaginación, presentando escenarios inquietantes —como una casa embrujada en un Pinamar desolado en “Bobita en el País de las Maravillas”— y personajes que desafían la lógica, como niñas con deformidades físicas o presencias sobrenaturales. Esta sección, aunque más diversa en temáticas, mantiene la cohesión gracias a la mirada de la autora, que encuentra en lo extraño una forma de revelar verdades profundas sobre la condición humana.

El lenguaje de Venturini es el pilar de su estilo, una mezcla única de registros que desafía las normas de la narrativa tradicional. Su prosa es, por un lado, barroca y sensorial, ya que utiliza una sintaxis compleja, con frases largas y cargadas de imágenes vívidas que apelan a los sentidos. Por ejemplo, en el relato homónimo, las descripciones de los personajes y sus entornos están impregnadas de detalles táctiles y olfativos, creando una atmósfera opresiva y casi palpable. Aunque por otro es híbrida y heterogénea, mezcla de un léxico culto, con términos arcaicos o literarios, con giros coloquiales, lunfardismos y expresiones vulgares. Esta fusión refleja la dualidad de su universo narrativo, que oscila entre lo elevado y lo cotidiano. Palabras como “sórdido”, “hediondo” o “monstruoso” conviven con modismos argentinos que dan autenticidad a las voces de los personajes. En varios relatos, Venturini elimina o altera la puntuación convencional, creando un flujo narrativo que imita el pensamiento desordenado o la oralidad. Esta técnica, aunque desconcertante, refuerza la sensación de caos y urgencia en las historias, como si la narradora estuviera vomitando sus recuerdos. Esta prosa tiene una cadencia que arrastra al lector, con repeticiones y acumulaciones que generan un efecto hipnótico. Este ritmo, descrito por críticos como Mariana Enríquez como “abrumador”, es especialmente evidente en los relatos de la primera parte, donde la narradora parece incapaz de detenerse.

El tono de Venturini es uno de los aspectos más originales de su escritura, ya que logra un equilibrio precario entre lo macabro y lo risible. La narradora, especialmente en la primera sección, adopta una voz mordaz que desdramatiza situaciones dolorosas. Por ejemplo, en “El marido de mi madrastra”, los comentarios irónicos sobre las miserias familiares suavizan la crudeza de los eventos, creando un contraste que incomoda y divierte al mismo tiempo. Venturini encuentra belleza en lo deforme y lo abyecto. Sus descripciones de personajes con discapacidades físicas o mentales, como en “Bobita en el País de las Maravillas”, no son meramente crueles, sino que están impregnadas de una ternura extraña, como si la autora celebrara la singularidad de lo marginal. El tono oscila entre la tragedia y la comedia, reflejando la ambigüedad de la vida. Los relatos combinan momentos de profundo desamparo —como el abandono de los personajes— con situaciones absurdas que provocan una risa incómoda.

La estructura de El marido de mi madrastra refleja la naturaleza fragmentada y caótica del mundo que Venturini retrata. Los relatos, aunque independientes, están conectados por temas recurrentes (la familia disfuncional, lo monstruoso, lo femenino) y por la voz narrativa, que actúa como hilo conductor. En la primera parte, los relatos se leen como capítulos de una novela rota, con una narradora que salta entre recuerdos y digresiones. Esta fragmentación refleja la mente de los personajes, marcada por el trauma y la marginalidad. La segunda parte, “Hadas, brujas y señoritas”, es más experimental, con cuentos breves que rozan lo fantástico y lo alegórico. Algunos relatos, como “El niño de oro”, adoptan un tono casi mítico, mientras que otros, como “La casa de Pinamar”, juegan con elementos de terror gótico. Venturini rechaza las estructuras narrativas convencionales. Los relatos no siguen una progresión lógica, sino que se construyen a partir de asociaciones libres, recuerdos fragmentados y saltos temporales, lo que exige una lectura activa y atenta.

Venturini emplea una serie de recursos que enriquecen su estilo y dotan a los relatos de una dimensión simbólica. Las descripciones de cuerpos deformes, espacios decadentes y objetos cotidianos transformados en símbolos de podredumbre son centrales. Por ejemplo, la casa en “La casa de Pinamar” se convierte en una metáfora de la psique rota de los personajes. Las figuras de brujas, hadas, niñas y monstruos que pueblan los relatos funcionan como arquetipos que trascienden lo individual para hablar de lo universal. Sin embargo, Venturini los subvierte, dotándolos de una humanidad cruda y contradictoria. La autora utiliza metáforas que apelan a los sentidos para transmitir emociones. Por ejemplo, el olor a “humedad rancia” o el sonido de “gritos que se quiebran” no solo describen, sino que sumergen al lector en el mundo de los personajes. El uso del humor negro y lo absurdo como herramientas para cuestionar normas sociales, especialmente en torno al género y la familia, es un recurso constante. Las mujeres de Venturini, desde las niñas deformes hasta las madrastras crueles, desafían los estereotipos de feminidad.

El estilo de Venturini, aunque profundamente original, muestra ecos de autores como Felisberto Hernández, por su exploración de lo extraño, o Carson McCullers, por su empatía hacia los marginados. Sin embargo, su voz es inconfundiblemente suya, marcada por su experiencia personal —su infancia en un entorno disfuncional, su formación en filosofía y psicología— y por su rechazo a las modas literarias. En El marido de mi madrastra, esta singularidad se manifiesta en su capacidad para transformar lo sórdido en arte, haciendo de lo marginal una forma de resistencia.

Sin embargo, el libro no está exento de críticas. Algunos lectores señalan que la repetición de ciertos motivos —familias disfuncionales, personajes monstruosos— puede volverse monótona, y la densidad de la prosa, junto con su carácter barroco, a veces deja al lector atrás, perdido en la vorágine de la imaginación de Venturini. Pese a esto, estos aspectos no eclipsan la potencia de su propuesta, que radica precisamente en su osadía y su rechazo a complacer.

El marido de mi madrastra es una obra que no admite medias tintas: o se abraza su rareza o se rechaza su intensidad. Venturini, como una bruja literaria, conjura historias que perturban y deslumbran, recordándonos que la realidad, en su crudeza, es el germen de toda creación. Este libro, como toda su obra, es un testimonio de su genialidad marginal, una invitación a sumergirse en las sombras para encontrar, aunque sea por un instante, un destello de luz que hiere.

Deja un comentario

Tendencias