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Contar cuentos es una acción humana tan antigua como la misma capacidad de hablar. Con ellos se ha entretenido, comunicado, informado, enseñado… ; han sido (y son) medio de expresión, de arte, demostración de un hecho, o simple juguete. Los cuentos siempre fueron los amigos confidentes de nuestros ratos solitarios en la infancia, y los niños ríen, lloran, odian, aman, temen, se emocionan con las peripecias de unos personajes que llenan por entero su imaginación. Pero también los mayores leen cuentos y buscan, en su intensa brevedad, esa pizca mágica de algo que, aunque incorpóreo e inmaterial, puede colmar cumplidamente tantos momentos vacíos: la imaginación.

Pero, ¿qué es un cuento? … Pues en lo que nos concierne relacionado con este trabajo, un cuento es una estructura argumental independiente de la realidad, dotada de identidad propia y configurada con rasgos específicos temporales y modales. Cada cuento puede contener una enseñanza y este didactismo deriva de la capacidad de imitación de la realidad humana, basado en un alejamiento ficticio que permite al lector observar su circunstancia interna. De forma más sencilla podemos definirlo como una narración corta y fantástica de un hecho que puede ser notable por cualquier concepto; al margen está que tenga o no moraleja, que se organice en presentación, nudo y desenlace o su estructura sea totalmente libre, que vaya dirigido a un público en especial o esto sea puramente anecdótico, que esté escrito en una lengua literaria o en el habla de la calle, todo esto no tiene importancia, porque un cuento, así de simple, es un breve instante de fantasía.

Los cuentos vienen de siempre y, en un principio, su transmisión era exclusivamente oral, por lo que su conservación se confiaba a la memoria de los oyentes, con los consecuentes cambios que ello producía en las historias; luego llegó la escritura y pudieron conservarse con más fidelidad a su origen y ser conocidos por más personas y transmitidos con más facilidad; pero nunca podrá dejarse de lado ese momento casi mágico de alguien contando un cuento rodeado de un reducido público anhelante de sus palabras.

En los comienzos de la escritura en lengua romance[1] el cuento tuvo una especial atención, pues, si tenemos en cuenta el nivel intelectual de la sociedad medieval donde sólo unos pocos monjes y clérigos sabían leer y escribir, este género era utilizado en los sermones como apoyo y ejemplo a lo expuesto por el predicador de turno – de ahí su nombre de exempla[2] -, para hacer más fácil la comprensión a la multitud iletrada, o como divertimento por parte de los juglares en las plazas públicas, mercados y palacios. Procedían estos breves relatos de diferentes y múltiples fuentes, aunque todos tuvieron en su origen una cuna popular y folklórica, cuando no incluso legendaria, y todos, fuesen sus personajes humanos, animales o seres imaginarios, estaban basados en las más primarias y primordiales actitudes sociales, morales o sentimentales imperantes en su época.

La época a que nos referimos en este trabajo es la Edad Media, evocada por los románticos, temida por los estudiantes e ignorada por la mayoría. Pero no una Edad Media general y europea, sino la particular y personalísima Edad Media española. Y los cuentos que aquí se contienen, pertenecientes a obras escritas en castellano antiguo durante el siglo XIV, y que recogen no sólo la realidad de su momento, sino también la de tiempos anteriores, son un claro exponente del olvido por el gran público, pues sólo por obligación (la mayoría) o afán de conocimiento (una inmensa minoría), unos pocos estudiantes y estudiosos (respectivamente), se han atrevido a leerlas al completo descubriendo, no sin sorpresa para muchos, que tras aquellas antiguas, rancias e incomprensibles, aunque nobles y respetables palabras, se agazapaba un torrente de frescura, buen humor, ironía, picardía y todo eso que puede hacer divertido la lectura de un relato. El esfuerzo vale la pena, pero, como es cosa sabida que para la mayoría la lectura de una obra en castellano medieval puede ser un verdadero laberinto, he cometido la osadía, que raya en delito, de trasladar esas historias a una lengua más actual y comprensible para todos los públicos. Con toda seguridad en el trayecto se habrán perdido muchas cosas y ganado muy pocas, pero la tentación de acercar la literatura medieval al mundo actual ha sido más fuerte y, lo confieso, en esto he pecado.


[1] Romance: Se aplica a las lenguas derivadas del latín y a sus respectivas literaturas. En este caso, el castellano.

[2]  Exempla:  Palabra procedente del latín (exemplum. –i) y que significaba: Modelo. Cosa o hecho que merecen ser imitados. O que se muestran como enseñanza, tanto para seguirlos como para evitarlos. En este caso se refiere a los cuentos que se ponían como ejemplo para ser imitados los comportamientos en ellos aludidos o todo lo contrario.

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