Érase una vez, en un bosque frondoso junto a un gran río, vivían cuatro amigos inseparables, tan distintos como unidos por un lazo profundo. El bosque estaba lleno de árboles altos cuyas hojas filtraban la luz dorada del sol, y el río corría murmurando entre las piedras, llenando el aire de frescura y vida.

Allí convivían: Chitranga, un ciervo de patas ligeras, siempre atento y sensible a los cambios a su alrededor. Laghupatan, un cuervo astuto que observaba todo desde las alturas. Mandaharaka, una tortuga sabia de paso sereno, amante de la reflexión. E Hiranyaka, un ratoncito valiente y lleno de determinación.

A pesar de sus diferencias, los cuatro se querían como hermanos y la confianza entre ellos era absoluta.

Un día, mientras Chitranga salió a pastar lejos del grupo, el crujido de las hojas y el aroma de la hierba fresca le llenaban de tranquilidad. De repente, un cazador cruel lo vio y lanzó su red. El ciervo sintió miedo y desesperación al notar que la red lo apretaba cada vez más, pero pensó en sus amigos y no perdió la esperanza. Luchó con todas sus fuerzas, aunque cuanto más se movía, más se enredaba. El cazador, seguro de su victoria, sonrió y se alejó a buscar su cuchillo, convencido de que al atardecer tendría una buena cena.

Laghupatan, que volaba alto entre las ramas doradas por el sol, vio todo desde el cielo y su corazón se encogió de preocupación. Alarmado, descendió en picado para buscar a Mandaharaka e Hiranyaka.

—¡Chitranga está atrapado en una red! ¡El cazador volverá pronto! —gritó con voz urgente.

Hiranyaka no dudó ni un instante; la amistad era su mayor fuerza.

—Yo puedo roer las cuerdas. ¡Pero tengo que llegar hasta él! —dijo decidido, mientras sentía la responsabilidad y el temor mezclados en su pecho.

La tortuga Mandaharaka, aunque consciente de su lentitud, se ofreció sin vacilar:

—Yo también iré. Tal vez pueda ayudar de otra forma —pensó que, aunque sus pasos eran lentos, su deseo de ayudar era inmenso.

Laghupatan voló por delante, guiando a sus amigos por caminos alfombrados de hojas y sombras. Cuando llegaron, Chitranga seguía luchando, débil, dentro de la red. Sentía la presión en su cuerpo, pero la presencia de sus amigos le devolvió la esperanza.

—¡No te muevas tanto, amigo! —susurró el ratón, consciente de la urgencia—. ¡Cuanto más quieto estés, más rápido te libero!

Con las patas temblorosas de emoción y miedo, Hiranyaka empezó a roer las gruesas cuerdas, cada mordisco era una promesa de libertad. Chitranga, dominando el pánico, trató de permanecer inmóvil, confiando en su pequeño gran amigo.

De repente, el sonido de los pasos del cazador retumbó entre los árboles.

—¡Ya viene! —graznó el cuervo desde una rama, nervioso, sintiendo el peligro acechar.

El ciervo ya casi estaba libre, pero la tortuga Mandaharaka, con su paso lentísimo, aún estaba lejos del río y una sombra de preocupación cruzó su mirada.

El ratoncito, sintiendo el sudor frío del miedo en su espalda, casi terminando su trabajo, dijo:

—¡Chitranga, cuando estés libre, corre hacia el cazador como si estuvieras herido! ¡Atrae su atención para que yo pueda terminar y Mandaharaka tenga tiempo de esconderse!

Chitranga, con el corazón latiendo con fuerza, asintió. En cuanto la última cuerda cedió, salió tambaleándose de la red, fingiendo estar muy débil y herido, sintiendo una mezcla de temor y valor. El cazador, al verlo suelto pero “cojeando”, dejó su cuchillo y corrió tras él, cegado por la idea de atrapar de nuevo a su presa.

Mientras tanto, Hiranyaka terminó de romper los últimos hilos y corrió a ayudar a la tortuga. El cazador, frustrado al ver que el ciervo se alejaba demasiado rápido, regresó furioso y vio a Mandaharaka avanzando despacio hacia el río.

—¡Ah! ¡Al menos te llevaré a ti para la sopa! —dijo el cazador, mientras Mandaharaka sentía el miedo y la esperanza mezclados al ser metida en el saco.

Chitranga, tras dar un gran rodeo y superar el terror, regresó junto con Laghupatan. Hiranyaka, nervioso pero decidido, susurró oculto entre las hojas:

—¡Chitranga, finge de nuevo! ¡Acércate como si no pudieras correr más!

Chitranga se acercó cojeando, el sudor perlaba su frente; el cazador soltó el saco para perseguirlo una vez más. En ese instante, Hiranyaka saltó al saco y, con la adrenalina disparada, royó la tela en un segundo. Mandaharaka gateó hacia el río, sintiendo el alivio y la gratitud florecer en su interior.

El cazador, al ver que el ciervo escapaba y que hasta la tortuga había desaparecido, se quedó con las manos vacías y la red rota, presa de la ira y la incredulidad. Furioso, pateó la red y se marchó maldiciendo su mala suerte.

Cuando el peligro pasó, los cuatro amigos se reunieron bajo el viejo baniano, cuyas raíces abrazaban la tierra como ellos se abrazaban unos a otros. Chitranga rodeó con su largo cuello al ratoncito, sus ojos brillaban de emoción:

—Tus dientes me salvaron la vida —dijo, con el corazón rebosante de gratitud.

Mandaharaka miró al ciervo con ternura y respeto:

—Y tu valentía me salvó a mí.

Laghupatan, orgulloso y feliz, graznó:

—Y tus alas nos avisaron a todos.

Mientras se abrazaban bajo el baniano, comprendieron que la verdadera amistad era su mayor tesoro y que juntos podían superar cualquier adversidad. Desde aquel día, nadie en el bosque dudó jamás de que la amistad entre animales tan distintos era más fuerte que cualquier red o cualquier cazador.

Y así vivieron muchos años más, felices y juntos, demostrando que cuando los amigos se ayudan de corazón, no hay peligro que pueda vencerlos.

Este cuento se organiza a través de una cadena de acciones donde cada animal aporta una habilidad esencial, y la colaboración secuencial resulta imprescindible para el éxito. El relato discurre en tres momentos de tensión claramente marcados: Primer momento: El ciervo Chitranga cae en la red del cazador. Se genera una solución parcial cuando el ratón Hiranyaka dice: “Yo puedo roer las cuerdas. ¡Pero tengo que llegar hasta él!”. Segundo momento: Tras liberar al ciervo, la tortuga Mandaharaka es capturada por su lentitud. Surge una nueva amenaza y el grupo debe reorganizar su estrategia. Resolución final: El ciervo finge estar herido para distraer al cazador, permitiendo que el ratón libere a la tortuga. El desenlace es circular: todos los amigos se reúnen bajo el árbol, reforzando la idea de unidad y cierre moral: “Juntos, nada nos vencerá”.

Cada protagonista representa una virtud humana esencial, pero también un “defecto” que solo el trabajo en equipo permite superar. El cuento lo ilustra con diálogos y acciones concretas: El ciervo: simboliza la velocidad y la valentía, pero su impulso lo lleva a caer en la trampa. En una versión árabe, exclama: “Mi fuerza no sirve ante estas cuerdas”. El cuervo: encarna la visión y la vigilancia. Es el primero en detectar el peligro y coordina la ayuda: “¡Chitranga está atrapado en una red! ¡El cazador volverá pronto!”. El ratón: representa la inteligencia práctica y la capacidad de acción silenciosa. Su pequeña talla le permite roer la red, desafiando las apariencias. La tortuga: simboliza la sabiduría, la lealtad y el sacrificio. En la versión persa, acepta ser el señuelo para salvar al grupo: “Si mi captura os da tiempo, no dudéis en correr”.

Los temas principales son: La amistad que trasciende diferencias: Los cuatro amigos son radicalmente distintos (volador/terrestre, rápido/lento, presa/depredador), pero su vínculo supera la ley natural de la selva. La unión que hace la fuerza: Recurrente en el Pañchatantra y explicitado en la frase sánscrita: “संहतिः कार्यसाधिका” (“La unión consigue lo imposible”). La inteligencia colectiva que  a la fuerza bruta: El cazador, armado y fuerte, es derrotado por la astucia y la cooperación. Y el sacrificio y confianza: Cada animal asume riesgos por los demás, confiando plenamente en que el grupo actuará sin egoísmo.

Los recursos literarios más utilizados son: Animales antropomórficos: Los protagonistas hablan, sienten y razonan como humanos, lo que facilita la transmisión de la moraleja. Moraleja explícita: El cuento suele cerrar con un subhāṣita (“dicho edificante”), por ejemplo: “Ninguna virtud basta por sí sola; la perfección surge en la complementariedad”. Uso del engaño positivo: El ciervo finge estar herido para distraer al cazador, ejemplificando el valor de la astucia. Y humor e ironía: El cazador aparece como “el tonto arrogante” que subestima a los débiles: Lealtad incondicional: Ningún amigo duda en arriesgarse por el otro. Gratitud: El ciervo reconoce explícitamente su deuda con el ratón: “Sin tu ayuda, no vería el sol. Autocontrol: Los animales no actúan impulsivamente; esperan el momento oportuno para ejecutar su plan. No juzgar por apariencias: El ratón, el más pequeño, resulta ser el más decisivo para la salvación del grupo.

Este cuento figura en casi todas las versiones del Pañchatantra, desde el texto sánscrito original hasta adaptaciones en tamil, bengalí, persa, árabe y europeas. En persa, aparece en la colección “Kalila wa Dimna”, donde se enfatiza la astucia y la estrategia colectiva. En la versión árabe, el énfasis recae en la cooperación y el sacrificio voluntario, con frases como: “La vida del sabio reside en sus amigos”. En Europa medieval, el relato fue recogido por La Fontaine como “Los cuatro amigos”, y en el “Directorium Humanae Vitae” se adaptan los animales a figuras locales, pero se mantiene la moraleja de la unidad frente a la adversidad.

Mientras que en las versiones orientales el foco está en la sabiduría y la estrategia, en las adaptaciones europeas predomina la dimensión moral y la exaltación de la amistad, a menudo con un lenguaje menos directo y más alegórico. Sin embargo, en todas las variantes, el mensaje esencial permanece: la cooperación y la confianza mutua son más poderosas que cualquier fuerza individual.

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