CALLES REPLETAS DE AUSENCIAS

Apenas hemos comenzado el año y ya hemos sido espectadores de varios desfiles de despedida acompañando a una vecina o vecino que nos dejó en su último camino hacia dónde nace el sol y reposan los cuerpos. Y eso mes a mes durante los últimos tiempos. Sin embargo, estas son circunstancias que forman parte de la vida, es lo natural. Lo malo es que cada vez se cubren menos huecos con risas infantiles y el pueblo se nos desvanece como anciano venerable: sentado al sol y con el mutismo de los recuerdos.

Ya reconozco más gente en las lápidas del cementerio que paseando por las calles, y eso que aquí nos conocemos todos. Por calles cada día más llenas de casas vacías que el tiempo desgasta y arruina y en cuyos balcones ya no florecen los geranios. Calles repletas de ausencias, plenas de silencios, donde todos los rincones están habitándose de soledad… Casas como losas cuyas inscripciones son evocaciones de los momentos perdidos.

Y los campos que antaño eran el orgullo y sustento de tantas familias, hoy languidecen como fértiles mujeres que perdieron la fe en el amor entre selvas de abandono. Solo algunos islotes sobreviven, mientras se mantengan con vida quienes los trabajan con romántico y empecinado empeño, más por costumbre que por negocio, pues ese ya lo agotaron aquellos señores con traje de chaqueta y coches de lujo que se enriquecieron más a cambio de insultantes limosnas.

Y se derrumban los ribazos levantados con esperanza y sudor, cegando los caminos abiertos por tantos pies cansados. Y en las acequias el agua corre hasta perderse. Y las ranas se transforman en lagartijas que huyen de los suspiros. Mientras que en las épocas de cosecha los frutos se caen de maduros creando una alfombra de futuros muertos.

Y lo que no muere se aleja: servicios, trabajo y juventud, dejando los cielos plomizos del verano sin golondrinas, los aleros sin gorriones y a la plaza sin su árbol centenario. Pero desde la atalaya de su colina el viejo castillo nos conserva el pasado, tranquilo, sosegado y, seguramente, con una sonrisa de satisfacción, pues sabe que se acerca el día en que volverá a ser el dueño de todo esto, pero esta vez, poblado de fantasmas, pues igual que venimos de ella, estamos predestinados a volver a la nada, y todo lo que quedará de nuestras existencias será un breve guion entre el año de nacimiento y el de la muerte, la insignificancia de nuestra vida marcada en piedra para la posteridad. El resto será un vago recuerdo que, como polvo, irá cubriendo las calles de nuestro pueblo.

4 respuestas a “Calles repletas de ausencias.”

  1. El problema de la España vaciada.

    1. Ahí estamos Jesús. Un abrazo

  2. Me gusta lo bien que as descrito la vida del pueblo, me entristece que sea real y se Bayan diluyendo los recuerdos y vivencias. Un abrazo..

    1. Un abrazo, Maruja

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