Vivo sin vivir en mí… Santa Teresa de Jesús y San Juan de La Cruz, como buenos amigos, coincidieron en la misma definición del tema que nos ocupa. Y es que los místicos sólo tenían un pensamiento en sus cabezas y empeñaban sus vidas en lograrlo… Pero no sólo a ellos les consumía esa fijación, pues la obsesión es algo tan común entre los humanos como respirar…

Obsesión, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, se define mediante dos entradas: Primera, “perturbación anímica producida por una idea fija”. Y segunda, “idea que con tenaz persistencia asalta la mente”. Pero cualquiera de ellas nos sirve para nuestro comentario.

La obsesión es una fuerza que se apodera de nosotros y nos deja sin voluntad y dinamita nuestra resistencia … No vemos la realidad y la imaginación ocupa el lugar de la razón, así todo aquello por lo que vivimos se nos presenta de una manera idealizada e irreal, pero no nos damos cuenta… o no queremos…

Entonces, la vida de la persona poseída se vuelve un martirio, un sacrificio constante, porque lo deseado debe ser inalcanzable, de lo contrario la obsesión desaparecería… Lo platónico, lo imposible, lo fantástico alimentan al dragón y este va creciendo y creciendo en nuestro interior hasta adueñarse de nuestro ser completamente.

Un trastorno obsesivo crea en nosotros una serie de actos compulsivos que nos hacen perder el tiempo y nos llena de angustia y nos produce un fuerte perjuicio en las relaciones con quienes nos rodean. Y en ello no intervienen ni las drogas ni las medicaciones a causa de una enfermedad… La obsesión se alimenta de sí misma y de nuestra ceguera…

Impulsos, imágenes, pensamientos… es decir, una serie de ideas persistentes que aparecen una y otra vez en nuestra mente, como intrusos que se adueñan de nuestro hogar y nos van arrinconando para hacer solamente lo que ellos quieren. No podemos controlarlo, aunque nos demos cuenta de que somos sus esclavos y que incluso puede ser ajeno a todo lo que es común en nuestra forma de vida o educación… Aunque todo individuo sabe reconocer que las obsesiones son producto de sus propias mentes y no algo impuesto desde fuera.

Las obsesiones pueden manifestarse de muchas maneras: como aprensiones, dudas, necesidades posesivas, aspiraciones, impulsos agresivos, deseos, lascivia… Y normalmente causan frustración y ansiedad por no poder satisfacer esa urgencia, porque la obsesión es como la sed en el desierto y nunca, nunca se calma…

Los místicos, como Santa Teresa o San Juan, estaban obsesionados por alcanzar la verdad, la luz, por unirse espiritualmente con Dios… lo curioso de este caso es que sólo lo podían lograr una vez muertos: “Vivo sin vivir en mí, / y tan alta dicha espero, / que muero porque no muero.” Y emplearon toda su existencia en lograr esa meta, y dejaron de vivir la vida normal y cotidiana para dedicarse por entero a la contemplación y oración donde ellos creían que estaba la purificación, algo imprescindible para la unión mística que tanto anhelaban…

En el amor terrenal, la persona que cree amar puede volverse posesivo y cruel, y necesita sentirse dueño del otro y poder controlarlo y manipularlo, interpretando como falta de amor cualquier actitud de independencia. En estos casos, un individuo obsesionado pierde su propia identidad, enajenando su vida y desarrollando una relación enfermiza con los demás, porque el miedo a perder a la persona querida le hace ver fantasmas y situaciones imaginarias por falta de fe en el otro…

Ambos son amores neuróticos que no pueden ser satisfechos jamás…

De igual modo podemos definir a la fijación por la propia imagen, donde el espejo es el mayor enemigo y hay una ofuscación en vernos equivocadamente… Aunque existen diversos factores que nos llevan a ello, como los sentimientos o el estado de ánimo, las ideas preconcebidas, el ambiente sociocultural que nos rodea, la moda, la publicidad, los medios de comunicación…

O la obcecación en lograr metas cada vez más imposibles, ir más allá de los límites que nuestras fuerzas y nuestro sentido común nos marcan. O perseguir quimeras que en nuestra cabeza se van haciendo más y más grandes, más y más necesarias…

La realidad de las cosas muchas veces no es como creemos, pues nuestros sentidos bastante a menudo nos engañan y percibimos lo que nos rodea distorsionado por el prisma de nuestro subjetivismo. De ahí que las obsesiones se basan más en productos de nuestra imaginación que en hechos de la realidad.

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