Nos amenaza una enorme sequía. Lo que antes nos parecía una bendición, dejará de serlo, como el cielo azul tan hermoso y evocador, que se convertirá en algo insufrible. La ansiada calidez del sol será la agonía de nuestras tierras, pero cuando lleguen las tormentas resultarán devastadoras… ¿Qué haremos entonces con nuestra sed? …  Y que conste que no estoy hablando de cuestiones meteorológicas.

Es esa sequía que la historia nos dice que se repite y repite porque lo humanos carecemos de memoria. Pero ahora que lo pienso, debo ser bastante pazguato, pues todavía me asombro de que algunas personas se enojen porque no se cumplan las previsiones que ellos mismos inventaron, con la única sólida base de su propio deseo.

Sí, debo serlo y bastante, pues así mismo me sorprende que exista legión que aplauda los discursos taimados que se obstinan en atacar lo diferente, no se sabe según a qué modelo, en un mundo donde no hay dos iguales, y pretendan darles poder a aquellas voces tan acostumbradas a tomar el nombre de Dios en vano como excusa para recortar libertades a la medida de sus propios complejos.

Pero ya me he dado cuenta, por fin, que es más difícil desenmascarar una narración que ningunear una realidad. Para hacer frente a la realidad hay que arremangarse, ignorar el polvo y el barro y pringarse la piel con el fango y el hedor humano, y luego, si ya no puedes más, vomitas en algún rincón, aspiras profundamente el aire viciado, y regresas al tajo hasta que el agotamiento te venza. Por eso, la realidad se ignora y en paz. Sin embargo, la narración es soltar consignas, como caramelos en una cabalgata, para decir, eso sí, lo que la gente quiere oír y, sobre todo, no olvidarse de que la culpa de todos los males la tienen los otros, los diferentes… ¿de quién?… ¿quién es el modelo?… Mejor no preguntemos.

Hace poco vi, casualmente, un vídeo de un niño al que su padre, hombre astuto, le colgó una enorme golosina que le llegaba a la altura de su boquita, pero colocada de tal forma que, cuando el bebé se acercaba con la boca abierta, golpeaba con su frente el hilo sustentador y el papá aprovechaba la coyuntura para endilgarle una cucharada de papilla. Genial. Pero eso trasladado a la dicotomía de narración y realidad nos lleva a sospechar que se nos engaña igual a la edad que sea.

Como conclusión, solo decir que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, sobre todo porque se puede llegar a cumplir, y entonces ya será tarde para dar marcha atrás. ¿Qué sentirás cuando ya no salga agua al abrir el grifo? ¿Eh? ¿Te lo imaginas? … Seguramente mucha sed. Sed de libertad.

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