No me enseñes la luz
tengo sed
de tu sombra.

Alejandro Jodorowsky

Para mí, hablar de la soledad es como hacerlo de esas personas que conoces tanto y llegas a apreciarlas en tal extremo que temes ofenderles con tus apreciaciones, porque la soledad, que curiosamente tiene nombre de mujer, ha sido mi mejor compañera durante gran parte de mi existencia.

Pero, para ser justos, mi soledad es diferente, no es la típica de la que todo el mundo habla, esa aterradora de la que todos huyen, a la cual temen conocer, de la que piensan que debe tener un rostro horrible, pero que, en el fondo, no es cierto.

Mi soledad no es producto de una ausencia, no es un vacío, ni me llega a causa de una obsesión…

Mi soledad no me tortura, ni se aferra a mi garganta para impedir el paso del oxígeno hasta aniquilarme…

No, mi soledad es mi amiga, mi amante, aquella que me susurra palabras suaves en mis sueños y que comparte mi aliento cálido en cada segundo de mi vida. La soledad, os lo asegura un experto, sólo tiene un problema: para llevarte bien con ella, debes estar bien contigo mismo…

Ahí está el inconveniente, pues parece mentira, pero estamos tan acostumbrados a no dialogar con nuestro interior, a disipar nuestro tiempo en conversaciones fútiles y superficiales con personas a las que no les importamos absolutamente nada y a las que, curiosamente, nos esforzamos por caerles bien, que nos olvidamos de que nuestro mejor amigo somos nosotros mismos.

Que nadie se confunda, no estoy haciendo apología del culto a la personalidad ni defiendo el individualismo intransigente, pues mi querencia, como la de todo ser social, es dejarme atraer por los otros, además, según estudié en mis años de instituto, esta es una ley física indiscutible: todos los cuerpos tienden a atraerse, así que esto es algo inevitable. No, yo simplemente quiero reivindicar mi derecho a disponer de mi tiempo y de mi persona sin interferencias ajenas…

Además, la soledad es algo totalmente subjetivo, pues depende del individuo que la sufre, o la disfruta, ya que la soledad no te la impone nadie a pesar de privarte de su compañía, eso es algo meramente circunstancial y pasajero porque, ¿de verdad pensáis que existe alguien tan importante e imprescindible?… Puede ser que sí, pero el tiempo todos lo cura… La soledad se la fabrica cada cual a su imagen y semejanza y nos decimos, como pequeños dioses del Olimpo de la inmediatez: hay tienes a tu compañera. Sin embargo, todos somos libres de amargarnos como más nos guste, pero recordad: si alguien se empeña en darse de cabezazos contra una pared, lo normal es que consiga abrirse la cabeza…

Con mucha frecuencia las personas queridas nos abandonan por un imperativo categórico, pero no hay ninguna maldad en ello, simplemente es un hecho consustancial con la vida misma: la muerte nunca es un capricho, es una deuda que tarde o temprano todos deberemos pagar… y sin intereses hipotecarios… Pero en esos casos no pretendamos confundir el vacío con la soledad, porque, os lo aseguro, los recuerdos acompañan muchas veces más que los vecinos. Y cuando alguien que juró amarnos se aleja sin más, no nos abandona en la soledad, porque ya estábamos con ella, simplemente nos fastidia haber perdido el tiempo… Pues fijaos que, con el paso de los años, aquellas personas quienes se fueron sin querer siguen formando parte de nuestra existencia a pesar de su ausencia, en cambio las que nos dejaron por desamor llegan a ser una simple anécdota.

Cada mañana, cuando me levanto, lo hago con los locutores de una emisora de radio, sé que no me hablan en exclusiva a mí, pero ¡qué más da!, formo parte de un colectivo de personas que, como yo, se sienten acompañados con unas voces cuya finalidad, aparte de informarnos, es la de hacernos más llevaderos los primeros minutos de nuestra existencia cotidiana… y me sobra. Hubo un tiempo que, tras vestirme y arreglarme, le cambiaba el agua y le ponía su comida a mi mascota, un periquito que me salió bastante egocéntrico pues sólo sabía decir su nombre, pero el también se fue y en su lugar puse un geranio. Más tarde salgo al mundo y me rebozo en las mismas frases rituales de todos los días, en las conversaciones previsibles y en los comportamientos personalistas surgidos de opiniones fundamentalistas sobre temas de los que todos osamos hablar y casi nadie conocemos y, tras dos o tres horas de parloteo insustancial, busco la compañía de un libro y la del sol, para volver de nuevo a mi hogar donde me espera el Facebook, o cualquier otro medio de masas, es decir, esa nube donde las almas solitarias vagamos como gotas de lluvia que el viento lleva de aquí para allá, y también las páginas en blanco que pretendo rellenar, el lugar infinito e inexplorado en el que sueño con crear mundos de ficción para rellenar mis huecos de realidad. Finalmente, mientras ceno, una película me incita a vivir las vidas de otros y luego a dormir acompañado por las voces de la radio… y mañana más… Pero aún así, os lo aseguro, nunca me he encontrado más solo que cuando estoy rodeado de una multitud… Aunque tampoco es justo criminalizar la socialización de nuestra soledad, no es bueno encerrarse en uno mismo y es una excelente terapia, de vez en cuando, repito, de vez en cuando, pues no se debe abusar de las drogas, hablar por hablar, sin más, descargarse de los silencios, llenar tus oídos con tu voz y otras voces, con tu timbre y otros timbres, con tu tono y otros tonos y dejarte llevar y poder reír, reír, reír…

No quiero engañar a nadie, yo también mendigué romper mi soledad buscando el roce y el cariño de otra persona, pero la soledad no se rompe, es imposible, porque ella nace con nosotros y nos sigue de cerca durante toda la vida, está unida a nuestro ente por un cordón umbilical invisible y resistente, aunque la verdad, la soledad con compañía es mucho más llevadera… Sin embargo, no confundamos al amor como un sustituto de la soledad, eso es una falacia, porque el amor es conjuntar dos soledades, aunarlas, hacerlas comunes hasta confundirse en una sola. En el amor sobran todos los demás… ¡Pero es tan complicado!…

En conclusión, pienso que deberíamos reconciliarnos con nuestra soledad y no temer conocernos a nosotros mismo tal como somos, sin trampas, sin máscaras, sin aditivos, porque sólo así seremos capaces de hacer las cosas que realmente queremos, lo que tanto deseamos, lo que nace de nuestro  interior y no tiene ninguna influencia del medio que nos rodea ni de las opiniones de los otros, pues la soledad nos escucha en silencio, no corta nuestro discurso para endosarnos sus opiniones que en raras ocasiones nos importan algo, simplemente nos deja hablar y nos anima a sacar a la superficie todos esos lodos ya enquistados que cubren nuestro corazón y nos permite escucharnos y saber, de una vez, cuáles son nuestros deseos, pues la mejor amistad, no lo olvidéis, es la que escucha…

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