¿Qué nos lleva al cambio? ¿Por qué nos cuesta tanto integrarlo en nuestras vidas? Si es que realmente llegamos a incluirlo. ¿Por qué lo negamos o buscamos resquicios para evadirnos de él?… ¿Qué sería para ti un motivador del cambio? ¿Qué sería para ti el principal freno del cambio? ¿Vale la pena cambiar? ¿Podemos decidirlo?…

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto.

– ¿Qué me ha ocurrido?

De esta manera comienza “La Metamorfosis”, novela que escribió Franz Kafka a finales de 1912. Kafka opta en sus relatos por protagonistas que viven situaciones angustiosas o delirantes y se sienten perdidos en situaciones que escapan a su control y los dejan indefensos en una sociedad casi siempre hostil. ¿Os suena? ¿No te viene a la mente algún ejemplo de vivencia kafkiana del S. XXI?

A veces, los cambios ocurren de esta manera. Mas que cambios son saltos cuánticos que nos llevan a trascender aquello que llamamos realidad.

No estaba soñando. Su habitación, una habitación normal, aunque muy pequeña, tenía el aspecto habitual. Sobre la mesa había desparramado un muestrario de paños – Samsa era viajante de comercio-, y de la pared colgaba una estampa recientemente recortada de una revista ilustrada y puesta en un marco dorado. La estampa mostraba a una mujer tocada con un gorro de pieles, envuelta en una estola también de pieles, y que, muy erguida, esgrimía un amplio manguito, asimismo de piel, que ocultaba todo su antebrazo.

Gregorio miró hacia la ventana; estaba nublado, y sobre el cinc del alféizar repiqueteaban las gotas de lluvia, lo que le hizo sentir una gran melancolía.

«Bueno –pensó–; ¿y si siguiese durmiendo un rato y me olvidase de todas estas locuras?»

Esta última frase del protagonista de La Metamorfosis quizá nos recuerde a nosotros mismos intentando evadirnos de la asolación de una pandemia de la que creemos que sólo nos falta despertar. A veces, resiliencias y vacunas son los baluartes de este imposible olvido.

Pero no era posible, pues Gregorio tenía la costumbre de dormir sobre el lado derecho, y su actual estado no le permitía adoptar tal postura. Por más que se esforzara volvía a quedar de espaldas. Intentó en vano esta operación numerosas veces; cerró los ojos para no tener que ver aquella confusa agitación de patas, que no cesó hasta que notó en el costado un dolor leve y punzante, un dolor jamás sentido hasta entonces.

¡Qué coincidencia más sugerente! Es como si Kafka nos estuviera describiendo desde el S.XIX; como si nos viera en el reflejo de algún espejo de surrealidades. A Gregorio le paralizan sus rutinas como a nosotros. ¿De qué lado estás acostumbrado a dormir?

 – ¡Qué cansada es la profesión que he elegido! –se dijo–. Siempre de viaje. Las preocupaciones son mucho mayores cuando se trabaja fuera, por no hablar de las molestias propias de los viajes: estar pendiente de los enlaces de los trenes; la comida mala, irregular; relaciones que cambian constantemente, que nunca llegan a ser verdaderamente cordiales, y en las que no tienen cabida los sentimientos. ¡Al diablo con todo!

Como Gregorio llegamos a creer que son las cosas externas las que tienen que cambiar: nuestro trabajo, amigos, familia, pareja… y más y más cosas: nuestro coche, móvil, pareja…

Sintió en el vientre una ligera picazón. Lentamente, se estiró sobre la espalda en dirección a la cabecera de la cama, para poder alzar mejor la cabeza. Vio que el sitio que le picaba estaba cubierto de extraños puntitos blancos. Intentó rascarse con una pata; pero tuvo que retirarla inmediatamente, pues el roce le producía escalofríos.

Con un poco de suerte podemos llegar a sentir algo interno, pero el roce nos produce escalofríos…

– Estoy atontado de tanto madrugar –se dijo–. No duermo lo suficiente. Hay viajantes que viven mucho mejor. Cuando a media mañana regreso a la fonda para anotar los pedidos, me los encuentro desayunando cómodamente sentados. Si yo, con el jefe que tengo, hiciese lo mismo, me despedirían en el acto. Lo cual, probablemente sería lo mejor que me podría pasar. Si no fuese por mis padres, ya hace tiempo que me hubiese marchado. Hubiera ido a ver el director y le habría dicho todo lo que pienso. Se caería de la mesa, ésa sobre la que se sienta para, desde aquella altura, hablar a los empleados, que, como es sordo, han de acercársele mucho. Pero todavía no he perdido la esperanza. En cuanto haya reunido la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mis padres –unos cinco o seis años todavía–, me va a oír. Bueno; pero, por ahora, lo que tengo que hacer es levantarme, que el tren sale a las cinco.

Volvió los ojos hacia el despertador, que tictaqueaba encima del baúl.

          – ¡Dios mío! -exclamó para sí…

Y volvemos a lo que está afuera por la incapacidad de sostener lo que nos recuerda a nosotros mismos.

Os animamos a continuar con la lectura de La Metamorfosis.  ¿Qué será de Gregorio?

El cambio es inevitable, es cierto; pero qué difícil a veces fluir en él.

En este debate os invitamos a reflexionar sobre esto. ¿Qué nos lleva al cambio? ¿Por qué nos cuesta tanto integrarlo en nuestras vidas? Si es que realmente llegamos a incluirlo. ¿Por qué lo negamos o buscamos resquicios para evadirnos de él?… ¿Qué sería para ti un motivador del cambio? ¿Qué sería para ti el principal freno del cambio? ¿Vale la pena cambiar? ¿Podemos decidirlo?…

También os invitamos a ver “La Ola”, una película alemana dirigida por Dennis Gansel. La película está basada en la novela “La Ola” del escritor Todd Strasser, y en el experimento llevado a cabo por el profesor de historia Ron Jones con sus alumnos de secundaria donde intentaba convencer a sus estudiantes de que las sociedades libres y abiertas no son inmunes al atractivo de ideologías autoritarias y dictatoriales. Jones decidió mostrar a sus alumnos, al no poder explicarlo, por qué los ciudadanos alemanes permitieron que el partido nazi exterminara a millones de personas.

¿Cuánto y hasta dónde podemos ser influenciados? ¿Qué se requiere para cambiar un paradigma? ¿Cómo o cuánto modificamos nuestra escala de valores?…

Una respuesta a “Cambio, por María Elena Picó Cruzans.”

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