Fue sueño ayer, mañana será tierra: poco antes nada, y poco después humo; y destino ambiciones y presumo, apenas junto al cerco que me encierra. ….
Él jamás antes había pensado en la muerte, estoy seguro de eso porque nunca había hecho mención a ella, sin embargo, esta mañana, mientras que mi mujer preparaba los desayunos y yo me debatía entre las pequeñas con el objetivo de sacarlas de la cama, ha aparecido en la puerta de la habitación con el mismo sigilo e idéntica desolación que un fantasma: “Papá… Jumpy está… muerto…” – yantes de acabar ha sido derrotado por un llanto inconsolable. Entonces las gemelas han saltado a la vez de sus lechos y, como gacelas perseguidas en pijama, han bajado las escaleras casi sin tocarlas alborotando el silencio de la mañana con sus gritos y lloros, y sólo han podido ser frenadas por el bondadoso regazo materno en el último rellano. “Cuando… cuando he ido a sacarlo… no se movía… y… y le he intentado despertar y… y estaba…” Le he abrazado y, ante mi sorpresa, debido a su creciente carácter despegado y poco dado a las muestras de cariño, se ha asido a mí como el náufrago al tablón peregrino, y así, sintiendo en mi corazón el calor de aquel cuerpo tan cercano y, a la vez, tan anónimo, se me han acumulado en la puerta del ayer tal cantidad de recuerdos que, en consecuencia, he derramado algunas lágrimas como solidaridad.
Al entrar en la clase se escuchaba un extraño silencio, no obstante, me he detenido en el umbral un instante, como siempre hago, aspirando profundamente con la intención de encontrar la seguridad en el aire, pues todavía, a pesar de mis años de experiencia como profesor, sigo siendo aquel chico tímido y cobarde que temía las puyas y el desprecio de los otros, pero nada ha ocurrido y cada cual estaba enfrascado, milagrosamente, en la lectura de uno de los varios poemas con que estaba intentando cuartear sus graníticos cerebros; Fue sueño ayer, mañana será tierra… un soneto del gran Don Francisco de Quevedo. He mirado al fondo y allí estaba Él, serio, triste, pero fuerte y seguro de sí mismo… ¡qué diferente de mí cuando tenía sus años!… Y a su lado la inseparable muchacha de pelo castaño, tirando a oscuro, que miraba de hito en hito a mi hijo, con aquellos ojos marrones tirando a verdes que tanto me recordaban a su madre cuando tenía su edad… Entonces lo he tenido claro, aquel era un silencio de camaradería porque Él estaba apenado por la pérdida de su mascota, porque a Él lo respetaban, era un líder nato, fuerte, seguro, listo, gracioso… ¡y era mi niño!… A veces la vida te sorprende… No hace más de veinte años, los padres de aquellos y aquellas que ahora respetaban tanto el pesar de un compañero, a mí se me habrían mofado por la misma causa, y yo, ahora, era el profesor de sus hijos. Qué gracia… “¿Por qué siempre nos pones poemas sobre el paso del tiempo?” – la voz de Ella me ha devuelto a la realidad desde mi mundo interior y, cuando la he mirado, he creído verla a Ella, a la otra, a su madre, a la chiquilla de la que estuve perdidamente enamorado, la brújula de mi adolescencia, pero con la que el destino no me dejó seguir y el tiempo se encargó de ir modelando su recuerdo hasta convertirlo en una relación bonita de juventud, sin embargo, en un encuentro ocasional, poco después de que la niña le presentara a su “novio”, Ella me comentó de forma jovial: “La historia se repite, parece como si alguna parte de nosotros se resistiese a no estar juntos”. He tenido que apartar la mirada porque me estaba poniendo tonto y le he respondido: “Porque el tiempo es el mayor tesoro que tenemos y por eso debemos aprender a no malgastarlo, pues un día se nos acabará y, al pasar cuentas, nos arrepentiremos de haberlo perdido.”
… Breve combate de importuna guerra, en mi defensa soy peligro sumo: y mientras con mis armas me consumo, menos me hospeda el cuerpo, que me entierra. …
Por la tarde le hemos ofrecido un pequeño homenaje a nuestro Jumpy, el enorme y cariñoso “golden retriever” que nos llenó la casa de pelos dorados y rojizos durante doce años y que ha sido un buen amigo, compañero de juegos y consuelo de nuestras pequeñas tristezas en más de una ocasión. Junto al serval del jardín, Él y yo hemos excavado un buen hoyo, mientras tanto, mi cuñado, un buen tipo hacia quien al final abandoné el resentimiento por haber enamorado a mi hermanita y el cual tiene la virtud de ser un manitas en el bricolaje, ha fabricado una resistente caja con tablones. Hemos colocado con sumo cuidado el cuerpo de nuestro perro en la caja y la hemos introducido en la zanja, cubriéndolo con la tierra. A continuación, mis niñas y mi esposa le han puesto, fabricado con madera y cartulina, un bonito laude provisional, pues hemos encargado una lápida de piedra para que dure por los años de los años, donde aparece una fotografía de Jumpy jugando con una pelota. Y allí hemos estado unidos por el silencio entrañable toda la familia: las gemelas, mi mujer, mi hermana, mi cuñado, Él, Ella y yo. Como conclusión, no me he resistido a recitar el primer terceto del soneto que estamos estudiando porque venía que ni pintado para la ocasión.
… Ya no es ayer, mañana no ha llegado, hoy pasa y es, y fue, con movimiento que a la muerte me lleva despeñado. …
Al dirigirnos hacia el comedor para cenar, mi hermana me ha soltado con su característica ironía: “Deberías haber estudiado filosofía en vez de convertirte en un lánguido poeta.” Y me ha hecho pensar porque ¿qué es la poesía si no pura filosofía?… ¿acaso no hablan los poetas de lo humano y lo divino, de la lucha entre lo objetivo y lo subjetivo, de la realidad y los sueños, del futuro y del pasado?…
Ya a medianoche, hemos llevado a Ella con el coche a su casa. He dicho que iba a dar la vuelta un poco más adelante y me he demorado unos minutos para darles tiempo a despedirse porque el amor se alimenta de esos instantes, del presente mucho más que del pasado o del futuro, pues los recuerdos te hacen aflorar la nostalgia de aquellos momentos vividos, aunque, seguramente, aquellas personas que éramos ya no somos las mismas y nuestro amor se ha aferrado a lo que tiene ahora, a lo que le nutre, a lo que da calor en la fría soledad de cada ser humano. Cuando he vuelto, Ella cerraba la puerta y mi niño se ha introducido en el coche. He arrancado y he encendido la radio, pero Él ha bajado el volumen, se ha girado hacia mí y ha susurrado: “Gracias, papá”, y ha subido el volumen de nuevo. Estaba sonando Have You Ever Seen the Rain, pero el cielo estaba estrellado, en cambio mis ojos se han humedecido.
… Azadas son la hora y el momento, que a jornal de mi pena y mi cuidado, cavan en mi vivir mi monumento.